Una charla más que analítica con el autor de Las Palabras, editado recientemente por Puente Aéreo. “Uno no expresa nada en la literatura, sino que se construye a sí mismo”, dice.
Le digo a Matías Moscardi que lo quiero entrevistar. Me dice que sí. Le ofrezco día y horario. Me especifica lugar de encuentro y cierra la comunicación con el pedido de que le avise cuando esté llegando al lugar pactado.
El día del encuentro, yo pienso que estoy llegando y le aviso. Me contesta por whatsapp que no me ve. Entonces repaso los mensajes anteriores y me doy cuenta de que la dirección que me dio es otra. Estoy a cinco cuadras todavía. Me excuso con que tengo la cabeza en mil partes, pero otra vez llego apurada a la cita y abordando de a tres temas a la vez. Avizoro otra charla turbulenta, pero no: Moscardi no se deja apabullar por mi perorata de miércoles por la tarde.
Es doctor en Letras por la UNMdP, trabaja como docente y ya publicó varios volúmenes de poesía y dos novelas, Mediopelo y Las Cosas. Ahora acaba de salir Las Palabras, editada por Puente Aéreo, digamos, la excusa de esta conversación que va a suceder en un café de Güemes donde todos los clientes –aclaremos, son pocos- de las mesas cercanas parecen hablar a media voz, comparados con el vozarrón de mi entrevistado.
Vos ya tenés experiencia en trabajar con editoriales independientes de la ciudad…
-Si, ya publiqué por Puente Áereo y por Letra Sudaca una antología de poesía en Mar del Plata (Las Olas y el viento) Y, de hecho, mi tesis doctoral es sobre las editoriales independientes de la Argentina de los años 90 que sería lo previo a lo que estamos hablando ahora. El campo de prácticas acá es bastante pequeño y acotado y a la vez muy prolífero y muy fructífero me parece.
Hay una diferencia con editoriales más “comerciales”, por decirlo de algún modo…
-Si, en principio me parece que siempre es más íntima la relación, más de entrecasa, sobretodo en la circulación del texto porque un texto y va y vuelve en la devolución de una lectura. Eso te hace cambiar algunas cosas, entonces ya no es solo una relación productiva que tiene que ver con sacar los libros sino que además produce un saber determinado que tiene que ver con las devoluciones de lectores que también son escritores. Se produce casi un tallereo del texto. Quiero decir que las devoluciones son un saber determinado de la literatura en particular: hay un saber que no solo se adquiere a través de la lectura –bajo la idea de que la lectura es formativa- sino que, al mismo tiempo, la socialización en el campo de la literatura también lo es porque hablar con otros escritores, intercambiar puntos de vista, valores, gustos, eso también hace al saber de lo literario en una época determinada. Y eso las editoriales independientes también lo aceitan y hacen que circule.
Tu nueva novela se llama Las Palabras… ¿cuál te parece que es el poder de la palabra? O, por lo menos, el que te interesa explorar…
-Yo justo hace poco leí a Wittgenstein y dice algo así como que en los límites de mi lenguaje están los límites del mundo… Y eso me gusta porque realmente las palabras constituyen el mundo en su interacción con las cosas. Por eso las novelas se llaman así, una Las Cosas y otra Las Palabras, que todo el mundo lo relaciona con Foucault, pero en las novelas aparece como un giro que, justamente, desarticula un poco ese imaginario. Pero me parece que el poder está ahí, es un poder radicalmente enorme porque es subjetivo e inmaterial a la vez que material y social, de alguna manera abarca los dos polos, o las intersecciones del mundo. No sabría medir el poder.
Y tu búsqueda… ¿por dónde viene?
-En Las Cosas, la idea era poner al lugar de las cosas como un lugar intangible, porque en un momento son invisibles, y acá es al revés, lo que normalmente uno no ve se materializa. Pero no te quiero espoilear la novela.
¿Por qué empezaste por las cosas y no por las palabras?
-Fue arbitrario, cuando empecé a escribir Las Cosas no tenía pensado escribir Las Palabras. Digamos que fue un producto del primero… bueno, uno podría pensar un posible origen del lenguaje. Tendría que pensarlo más fríamente, pero no creo que haya que leerlo como un binomio sino dialécticamente, en lo que hay de uno en otro.
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Es cierto que tuve un día ajetreado y que tenía la cabeza en cualquier lado cuando dije haber llegado a donde no estaba. Pero a estas alturas de la charla (y del café) ya siento que recuperé el nivel de azúcar en sangre para encarar los razonamientos de Moscardi ante cada punto que le planteo y es inevitable que todas las respuestas caigan en un punto de abstracción que –me voy dando cuenta ya a estas alturas- excede los límites de lo que pueda traducirse en esta plataforma digital.
Este autor de 33 años tiene una amplísima formación en el campo de las letras –está realizando un posdoctorado- pero no se resigna a un “encasillamiento” como profesor o como escritor. Me explica que su idea es que, cuando uno se para desde un rol específico, lo que piensa o produce es siempre a partir de ese rol: “no me siento cómodo con el tema de los roles. Si uno va a trabajar te presentás de tal o cual cosa, cumplís un rol, no te desentendés de eso, pero al mismo tiempo estás minando esas etiquetas o convirtiéndolas en otras cosas. Por ejemplo, cuando trabajas de profesor expresas tu subjetividad de una manera, como escritor de otra”.
No hay distancia en tu forma de pararte frente al hecho en sí, de si estas enseñando o si estas escribiendo…
-A mí me gusta más pensar los lugares donde eso se vuelve heterogéneo o poroso. Me gusta mucho escribir y tiene que ver con mi deseo y mi deseo es más general que el acto de ser un escritor o un profesor, me convence más pensarlo en términos de deseo. Hay personas que están fuertemente atravesadas por la lectura, por la letra, por la escritura, y eso te atraviesa a vos como sujeto, no solo a tu trabajo, sino que la vida misma, lo cotidiano. Prefiero reconocerme en ese deseo que no es único sino que esta traccionado por un montón de cosas, de vivencias, cuestiones ideológicas, políticas, mucho más heterogéneo que un rol. Me convence más pensarme en lugares de cruce.
¿Por qué escribís?
-No tengo idea. Es una pregunta que tiene que ver con el deseo. Es analítica, de terapia. Yo te pregunto porque te gusta lo que te gusta y vos me vas a responder con una lista, porque tal, tal y tal cosa, caes en un reduccionismo. Lo cierto es que no sé por qué escribo. Esa sería la respuesta. Yo podría hilvanar con momentos de la vida, asociar con esto o con aquello y sería como racionalizar ese deseo. Pero, psicoanalíticamente hablando, existe el deseo porque existe la falta y, si hay falta, es porque uno no puede terminar de decir por qué le gusta lo que le gusta. Por qué hace lo que hace. Sería como una pulsión muy omnipotente. Y el deseo siempre se resiste a ese impulso de alistarlo.
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Pienso que estamos hechos de fragmentos de experiencias de otros, de ideas de otros, que resignificamos y reiventamos constantemente. La experiencia de la lectura y la escritura no escapa a esos constructos y existe en el imaginario “social” la idea de que las personas con mayor formación en cierta temática son las que tienden anularse a la hora de encarar el propio proceso creativo. “Puede ser que a las personas que leen mucho se les genera una inhibición, cuanto más sabes de literatura, más difícil es escribir, porque de alguna manera tenes la vara muy alta. Pero hay que desembarazarse de la idea de expresar o no expresar, uno no expresa nada en la literatura, se construye, porque vos supones que tenes algo que decir y lo decís ahí, pero en realidad lo construís cuando lo estás diciendo, quizás vos queres decir A y terminás diciendo X”.
Y el otro entiende W…
-¡Claro!
¿Qué te motiva? ¿cómo sigue tu deseo?
-Cuando sale algo o uno se entusiasma, es donde el deseo está involucrado. En mi caso por ejemplo, mi deseo siempre se involucró con cosas muy distintas entre sí. Por ejemplo, los libros de poesía con los cuales tengo que recurrir a la métrica, al modernismo, al barroco y después en algo más contemporáneo, y después más con la fotografía y el objetivismo norteamericano y argentino. O, por ejemplo estas dos novelas, remontan más la tradición de Saer y la frase larga pero, en esta última, el registro es más poético, del estilo de Di Benedetto. Y, después, con mi amigo Andrés Gallina, que es de Miramar, escribimos un libro que se llama Diccionario de la Separación, de Amor a Zombie, donde mezclamos Borges, las películas de terror, Ricky Martin, lo que se te ocurra. Tiene 250 entradas sobre la separación.
Patológico, por lo menos…
-Si, en esa mínima enumeración ya parezco un esquizofrénico. Siempre sintomático. Es que el deseo lo es. Sino no sería deseo.
La charla no termina acá, realmente. Hablamos de veinte temas más, pero a modo de despedida le pido que me comparta algo de ese otro libro que es futuro. Me hace elegir una letra del abecedario y me lee -desde el celular- las entradas relacionadas con esa letra. Elijo, de la J, la entrada titulada Jurassic Park. Porque, aunque pudiera resultar tirado de los pelos, sí hay una relación entre Jurassic Park y la separación (en tanto que ruptura amorosa). Y, está claro, todo depende de las palabras.