Deleuze era un filósofo vitalista. Leerlo te llena de un fervor punk, te pone en movimiento, te dan ganas de todo“, dice el escritor marplatense, doctor en letras y ganador del Premio Soriano, Matías Moscardi quien pronto verá en todos los anaqueles de las librerías de la ciudad su libro ¡El Gran Deleuze! Para pequeñas máquinas infantes, un volumen editado por el sello Beatriz Viterbo.

Se trata de la novedad de junio de la editorial, pero ya se consigue como anticipo en la librería El gran pez. El libro incluye 10 ilustraciones de Aruki y diseño gráfico de Santiago Moscardi y cuenta con juegos y experimentos para llevar a la práctica.

Surgió como un experimento lúdico, un juego -cuenta su autor en diálogo con Revista LeemosQuería probar a ver hasta dónde podía llegar la premisa. El punto de partida fue un crossover que me causó gracia de entrada: Deleuze y la literatura infantil. Y más aún: Deleuze desde la literatura infantil, detalla Moscardi.

El autor de Las Palabras, que publicó el sello marplatense Puente Aéreo, y Diccionario de Separación De amor a zombi, escrito junto a Andrés Gallina y editado por Eterna Cadencia, explica que la gran dificultad de construir este nuevo libro, completamente diferente a todo lo anterior, estuvo puesta en “entrenar una lengua, un tono… asimilarlo, transitarlo

¿Cómo fue el proceso de adaptar y repensar los conceptos para que fueran accesibles a todo público? ¿Cuál te parece que fue el mayor desafío para concretar este libro?

-Creo que fue la de evitar caer en el gesto de esos libros del tipo “Deleuze para principiantes”. Tenía en claro que no quería hacer eso, así como tampoco quise escribir un libro de divulgación filosófica para niñxs. No. La idea de un libro siempre es escribir un libro, sin subestimar a nadie, mucho menos a las máquinas infantes. Entonces, la dificultad y el desafío más importante fueron esos: que la operatoria no sea de reducción. Di miles de vueltas, tuve muchas charlas con Larisa (Cumin, su pareja) y con mi amigo Andrés Gallina, para pensar y repensar cuál era la mejor forma de aparición de cada concepto, cómo hacer para no simplificar. El libro lo leyó también David Wapner, que me hizo notar que la poesía era la solución de todo. La aspiración de Lucrecio a “verter el claro de los cantos sobre el más oscuro de los temas”. Y lo que sucede es que el lenguaje de la literatura infantil es la mejor herramienta para llevar a cabo esa tarea: porque es un lenguaje complejo de por sí –en algunos casos, es infinitamente más complejo que parte de la literatura o la poesía contemporáneas–. Dar con ese tono me permitió, a su vez, retener los matices y las complejidades de cada concepto deleuziano. Para lxs niñxs, por ejemplo, es fácil pensar algo que sea negro y a la vez sea blanco sin ser gris. Por eso es que ya en el punto de partida, en la propuesta inicial, estaba la solución: no se trata de “explicar” Deleuze a la niñez. Esto entraría en contradicción con Deleuze. El libro no “explica” sino que narra, poetiza, divaga, se mueve, juega, experimenta, invita a jugar y a experimentar. Es otra cosa.

¿Cuál te parece que es la importancia que tienen los aportes de Deleuze en este contexto y para las nuevas generaciones?

-La historia de la filosofía está minada de seriedad, de solemnidad, de altura, de gestos graves y grandilocuentes. Deleuze dice de Nietzsche que quien no se haya reído a carcajadas leyéndolo, no leyó verdaderamente a Nietzsche. Creo que la misma premisa corre para Deleuze. Digo: no son solo conceptos los que aporta la filosofía, porque con los conceptos vienen también sensibilidades, climas, afectividades, estados de ánimo, modos de relacionarnos con el saber más allá del pensamiento. Deleuze era un filósofo vitalista. Leerlo te llena de un fervor punk, te pone en movimiento, te dan ganas de todo. Su energía no es estática sino radicalmente fluvial: un tipo de filosofía asociada al movimiento, a velocidades e intensidades. En una palabra: a la vida, a lo vivo, porque no hay vida sin movimiento. A la vez, en contraste con la inmensidad y la grandeza, los animales filosóficos de Deleuze son más bien insectos diminutos: las hormigas, las pulgas, los piojos. Es la importancia de lo diminuto, de lo chiquitito, lo molecular. Hay un verso de Henri Michaux que aparece en un poema de Ana Porrúa. Dice algo así: en un hormiguero, nadie se preocupa por las águilas. Hormigas, pulgas, piojos: insectos saltarines, inquietos, difíciles de atrapar. En todo esto radica su potencia.

¿Cómo fue el trabajo de edición para llegar a este volumen que es como de colección?

-Fue muy laborioso. En principio, hubiera sido imposible sin la libertad que me dio Carolina Rolle, la editora de Beatriz Viterbo. Debo decir que ella tuvo una confianza ciega. Yo le pregunté si podía trabajar la edición del libro con un equipo de amigos y ella fue absolutamente generosa: “Hacé lo que quieras”, me dijo. Entonces, me reuní con mi hermano, Santiago Moscardi, que es diseñador y tiene un estudio de serigrafía con Emiliano Aranguren, llamado TEG. En paralelo, me comuniqué con Francisco Damiano, conocido como Aruki –que hizo un mazo de cartas de tarot con motivo marplatense-, nos reunimos, y empezamos a trabajar. Yo a veces puedo ser muy insoportable, muy obsesivo. Tanto Aruki como Santi son más bien relajados. Entonces el trabajo fue ameno, gracias a ellos. La idea salió al toque: yo quería que el libro fuera como un libro de magia y que a la vez, desde las ilustraciones y desde la gráfica se mantuviera la ambigüedad. Quería que, visualmente, el libro fuera atractivo para todas las edades. Y ahí empezamos a barajar un archivo visual de imágenes asociadas a los grabados del siglo XIX –las ilustraciones que aparecen en libros de Lewis Carroll y Charles Dickens–; y afiches circenses de espectáculos de magia e ilusionismo. Con ese background, Aruki se puso a dibujar y me fue mostrando de a poco. Hubo un ida y vuelta muy interesante, porque yo a veces no estaba conforme con algo y él, con infinita paciencia, aparecía con otra cosa y ahí, ¡zas!, le daba en la tecla de una manera extraordinaria. Lo pensamos todo, hasta el más mínimo detalle: cada ilustración, los textos de la solapa, la contratapa. A todo le dimos mil vueltas. Cada aspecto del libro está razonado y dialogado. Santi, después, agarró todo eso y armó la tapa y los separadores del interior del libro. Y eso le terminó de dar una cohesión clave al todo. Ahí aparece el libro como tal, en su máxima expresión.

EN ESTA NOTA:

Matías Moscardi: Nació en Mar del Plata, en 1983. Es doctor en Letras por la UNMdP, docente y escritor. Publicó numerosos libros de poesía y narrativa. También desarrolló trabajos de traducción de libros y es uno de los organizadores del Festival Independiente de Poesía De Acá.

Triana Kossmann: Es licenciada en Comunicación por la UNLP, es periodista y trabaja en prensa institucional. Cofundadora de Revista Leemos y lectora angurrienta, sufre de compulsión por recomendar libros. En la actualidad no cumple ningún tratamiento para este problema.

@trianakossmann