Lo primero que salta a la vista cuando se lee a Natalia Ginzburg es la simpleza del relato y un pudor que puede parecer carencia. Sin embargo, dos o tres párrafos adentro de uno de sus libros, aparece clara la falsedad de esta primera impresión.
Como quién dice: no es lo mismo ser profundo que haberse caído a un pozo.
¿De qué habla Ginzburg en sus novelas? De la familia, de la casa, de los amigos, de los conocidos. Y habla de esto con un ritmo que suena a conversación susurrada, seguramente reiterada, en la que los acontecimientos narrados no valen tanto por su contenido sino por el hecho mismo de ser rescatados en el relato.
Sin embargo, así como se habla de la compulsión a hacerse vestidos de la madre, de las excursiones a la montaña que propone el padre o de la dieta que sigue un amigo, a todos estos personajes les pasan cosas como Mussolini, la persecución fascista, la Segunda Guerra, la ocupación alemana, la cárcel, la tortura y el tiempo de la postguerra.
Léxico familiar es la novela de esta italiana nacida en 1916 y muerta en 1991 que Lumen reeditó en el país hace unos meses. Y en su título menciona los dos ejes sobre lo que se construye esta historia y buena parte de la producción de Ginzburg: el mundo cercano, el ninguneado mundo cotidiano de la casa y los amigos, por un lado, y el poder de las palabras para construir un universo, por el otro.
El mundo familiar que retrata Léxico familiar tiene un plus: con nombre y apellido real circulan en la novela políticos vinculados al antifascismo, escritores como Pavese, empresarios como Olivetti, todos pertenecientes al círculo de los Levi, la familia en la que nació Natalia. Leone Ginzburg, su primer marido, pertenece también al núcleo fundador de la editorial Einaudi y ese es otro de los entornos cotidianos retratados.
¿Cuál es el modo de narrar de Ginzburg? No hacer alharaca, una manera peculiar de retomar la línea de la literatura norteamericana -especialmente Hemingway- y los planteos de Chéjov (al que le dedicó un breve libro). Va un botón de muestra: un párrafo, y no demasiado largo, le basta para contar la tragedia de su marido. “Al llegar a Roma respiré, y pensé que comenzaría una época feliz para nosotros. No tenía motivos para pensarlo, pero lo hice. Teníamos un alojamiento en los alrededores de la plaza Bologna. Leone dirigía un periódico clandestino y estaba siempre fuera de casa. Lo detuvieron a los veinte días de nuestra llegada y no lo vi nunca más”.
Hay en Ginzburg una toma de partido con respecto al mundo narrable que conduce a una anti-épica, un movimiento que comienza con la puesta en cuestión del término novela (por su cruce con lo autobiográfico) y la entronización del yo como principio narrativo. Sin embargo, es un yo modesto, que da un paso al costado para que se pueda apreciar el escenario y los personajes que circulan por él. Un yo que está descubriendo para nosotros un mundo, poniéndolo en escena en toda su modestia.
Dos frases de la biografía de Chejov que subtitula Vida a través de las letras permiten transferir lo que Ginzburg ve en la obra del autor ruso a su propio proyecto narrativo: “El escritor no ofrecía comentario alguno. No daba la razón ni se la quitaba” y “En eso radica la grandeza de Chejov: sabe interpretar a los seres más dispares, ya se trate de perros, lobos, hombres o mujeres; a los ojos de todos ellos, el mundo puede parecer amigo o enemigo, afectuoso o terrible, pero resulta tan extraño que la mirada aventurada es, sobre todo, asombro.”
Dos adjetivos aparecen muy frecuentemente referidos a situaciones y personas: aburrido y perezoso. La infancia es aburrida, la madre y la cuñada son perezosas: nada de esto es valorativo, sino la descripción de una manera de ser. La novela propone narrar desde allí, desde lo aburrido con una cadencia perezosa, para hablar del dolor, de la incomunicación, de la lucha política, de la muerte, de la esquiva felicidad, de la reconstrucción de un mundo destruido.
En Léxico familiar por otra parte, las palabras adquieren el valor de ladrillos. Las frases repetidas son las que arman el universo: Natalia y sus hermanos usan los dichos de familiares “para volver a recuperar de pronto nuestra antigua relación y nuestra infancia y juventud, unidas indisolublemente a aquellas frases, a aquellas palabras”.
Esta anti-épica, que se dice aburrida y perezosa, redescubre con potencia brutal y conmovedora la posibilidad de narrar desde lo pequeño para abarcar todo, reformular el famoso “pinta tu aldea” y hacer que un yo pudoroso y discreto nos narre a todos.
*Gabriela Urrutibehety es escritora, periodista y profesora. Autora de Con la muerte a cuestas, La banda de los seguros: discreta geografía criminal y Tres tipos ¿difíciles? Sigue el blog Diario de lector.