Cierta vez, el escritor que declaró que escribir entrañaba una entrega dolorosa; que en otra ocasión dijo que aunque quería no podía dejar de escribir, que no soportaba esa rutina agotadora; ese escritor, un día, hace 8 años, dejó de escribir. Nadie le creyó. Su vasta obra habla de un escritor esforzado, constante y prolífico. Pero cumplió con su palabra. Esta semana, ese escritor llamado Philip Roth (1933), murió.

Acusado de antisemita –siendo él judío–, fascista, misógino, sexista,  y hasta de escribir pornografía, Roth resume en sí la idea del escritor total. Alguien dijo que mientras nosotros miramos un paisaje, él levantaba las piedras para ver que se escondía abajo. Ese era Roth. Y si bien no me gustan las necrológicas, creo imprescindible detenerme en este hombre que no pretendió enseñar nada y nos desnudó en un mundo que no le cabía y donde él no entraba. Parecía que el traje siempre le quedaba chico. “¿Será éste el fin de la eternidad, rumiar una y otra vez sobre las nimiedades de toda una vida?” escribió en Indignación (2008), una de sus últimas novelas.

No leí toda la obra de Roth, más bien diría que he leído poco, pero su peso es tan grande que me he pasado releyendo algunas, tratando de descifrar a Roth como si tuviera un código.  De joven me sorprendió El lamento de Portnoy (1969). Luego vi una película, pero no tengo ninguna imagen de ese film. Se trata de un desenfadado monólogo sobre las obsesiones masturbatorias del joven judío Alexander Portnoy. Creo que se puede comprender por qué apasionó a este lector, cuando era joven. Portnoy, pegado a su madre, despliega todas sus problemáticas relaciones con las mujeres en la New Jersey de los años cuarenta.

En La mancha humana (2000) aparece su alter ego, Nathan Zuckerman, vocero de sus inquietudes e indagador de la búsqueda del sentido de la vida y el arte. “Por mucho que hubiera sufrido, lo mantenía oculto tras una de esas caras huesudas e inexpresivas que, por otro lado, no esconden nada y revelan una soledad inmensa” reflexiona el protagonista respecto de un profesor condenado por su incorrección política, en años peligrosos.

Podría mencionar Pastoral Americana (1997),  La conjura contra América (2004) y Nemesis (2010), pero me quedaré con dos obras de ¿no ficción? En Patrimonio, una historia verdadera (1991) describe de una manera descarnada y tierna a la vez, los últimos días de su padre anciano, canceroso y rodeado de excrecencias. El relato suena a veces cruel pero uno, como adulto, no dejar de sentir que es, fue o será parte de algo similar.

Es un texto “biográfico” podría decirse, aunque su “autobiografía”, incompleta por cierto, sería en realidad Los hechos (1988),  donde cuestiona el género autobiográfico. La primera parte es una carta dirigida por Roth a su alter ego Nathan Zuckerman; luego éste responde. Y puntualiza sin piedad la autocomplacencia del autor, el tono exculpatorio y las cosas que “olvida”. Este ejercicio de desdoblamiento forma parte de la construcción de la identidad, una de sus marcas como autor: “Mi impresión –acusa Zuckerman– es que has escrito la metamorfosis de ti mismo tantas veces, que ya no tienes ni idea de qué eres o has sido alguna vez. Ahora no eres más que un texto andante.”

¡Adiós maestro!

@NerioTello