Las y los autores suecos podrían ser denominados entre los mejores narradores del frío,  en una lista en la que definitivamente también tendría que ocupar alguno de los primeros lugares el gran Jack London con sus cuentos bajo cero.

En esta época del año, en que en los medios de comunicación de nuestro país y las redes sociales parecen repetirse indefinidamente frases como “sensación térmica”, “agua nieve” y “heladas históricas”, entre muchas otras, bien vale hacer un pequeño recorrido por el segmento literario que cabalmente se ha enfocado en las bajas temperaturas para construir atmósferas inolvidables: el policial sueco como punto de partida, pero escandinavo, si consideramos el panorama extendido.

Los escenarios helados se ven en la mayoría de las portadas

Tenemos que partir de las aventuras de investigación y descubrimiento por las que nos sacaba de paseo -con gorro y bufanda- el comisario Wallander, un personaje del que vimos su evolución en los diferentes libros hasta que lo encontramos buscando comprar su casa para el retiro definitivo (que encima tenía un muerto en el jardín, como no podía ser de otra manera).

Esta creación de quien es conocido como el padre del policial sueco, Henning Mankell, supo convocarnos en más de una oportunidad en cocinas bien calefaccionadas, tras rastros ineludibles en una nieve crujiente y blanquísima, hogares refulgentes que iluminaban todos los rostros de una habitación y pies mojados al punto de congelamiento, entre otros elementos fundamentales de la narración que inequívocamente llevan a las y los lectores a frotarse los brazos insistentemente y querer llevar las manos a la boca para dar aliento y calor.

El mismo camino tortuoso y helado siguen las historias de Camilla Läckberg, por poner sólo uno de los múltiples ejemplos que ofrecen los catálogos editoriales. Muchas de ellas están ambientadas en el impronunciable pueblo de Fjällbacka, donde la mayor parte del tiempo vemos nevadas copiosas, nieve acumulada y/o nieve derritiéndose y ensuciando todo, además de la muy loable costumbre sueca de tener bollos de pastelería en el freezer para descongelar cada vez que llega alguien a casa a preguntar por algún cadáver.

Varios de sus títulos son por demás elocuentes: La princesa de hielo, Las hijas del frío, Tormenta de nieve y aroma de almendras, no dejan mucho para agregar en relación al tema y dan la pauta clara de que, al parecer, en Suecia lo que más saben hacer es lidiar con las bajas temperaturas (aunque algunas prácticas son realmente extrañas: ¿por qué dejan a bebés en sus cochecitos en las entradas de las casas o de los locales, es decir, ¡afuera y  con semejantes fríos!?)

Muchas más historias de estas características podemos encontrar en los anaqueles destinados a la literatura negra. Una exponente de la nueva generación de la narrativa sueca es Asa Larsson con su Aurora Boreal, donde los hechos se suceden en una noche casi perpetua de la zona polar; o La senda oscura, en la que un lago congelado es la escena del crimen. También puede mencionarse al joven Johan Theorin, con sus dos novelas situadas en la ventosa y helada isla de Oland; mientras que un clásico del frío intenso pero aceptable que puede aparecer en alguna parte de la geografía sueca es la saga Millenium de Stieg Larsson.

Es probable que la cuestión meteorológica y el tipo de clima que tiene la bella Suecia sea una gran fuente de inspiración para imaginar los crímenes más horrendos (especialmente en pequeñas y aparentemente apacibles poblaciones), las tramas más intrincadas y los investigadores más eficientes, o con más suerte, claro.

Pero más allá de los truculentos hallazgos de cadáveres y las consiguientes redes que se tejen a su alrededor, lo cierto es que las bajas temperaturas y la nieve, bien utilizadas, pueden constituir interesantes escenarios para la literatura.

Y leer un buen libro al calor de un hogar (o el calefactor) seguro deber ser considerado una especie de paraíso, cada vez más difícil de concretar en estas latitudes.  

@trianakossmann