Federico Aliende presentó su primera novela, Labios del Fin del Mundo, una historia de ciencia ficción atravesada por la literatura de Cortázar.
Es domingo 1º de mayo. Hace más de una semana que la ciudad se detuvo debajo de una nube espesa y plomiza. En ese clima que, salvando distancias dramáticas podría remitir al de El Examen de Julio Cortázar, se realiza la presentación de la primera novela de Federico Aliende que, justamente, está atravesada por la aparición de una nube que cubre el cielo y parece no tener final. Es Labios del fin del mundo.
Todos llegamos con gotas diminutas en las cabezas y los abrigos pesados. El ambiente se va llenando de un bullicio en el que resaltan, de vez en cuando, las pruebas de micrófono y el ruido de las tazas de café que chocan entre sí.
Después habrá risas porque, llegado el momento de hablar ante el público, el autor terminará cada respuesta con una broma, una acotación graciosa sobre las decisiones que debió tomar ante cada situación en las que pone a sus propios personajes.
En la mesa lo acompañarán sus colegas del grupo La Bruma, Sebastián Chilano y Miguel Hoyuelos. Ellos tienen un rol concreto y se prepararon detalladamente para la ocasión: comentan el libro e interpelan al autor. Ambos coincidirán en que la novela es un ejemplo de la ciencia ficción distópica que surgió hace algunas décadas, cuando los robots dejaron de ser buenos y las plagas empezaron a azotar las imaginaciones de los autores.
Yo hubiera querido llegar más temprano. Pero no. Mientras saluda y agradece presencias, responde a cuestiones relacionadas con la ubicación de la mesa principal o estira el cable del micrófono, aprieto el botón rojo y lo obligo –cortésmente, digamos- a sentarse enfrente de mí. No hay mucho tiempo, así que elijo increparlo para tener su atención:
¿Por qué un abogado penalista escribe ciencia ficción y no policial?
–Tiene bastante de policial el libro. Es imposible disociarme de mi perfil y mi carrera que es la abogacía. A mi siempre me gustó la ciencia ficción, los caminos de la vida quisieron que fuera abogado pero desde chico que escribo y leo… más que nada leo. Y con el laburo (trabaja en el Ministerio Público) la literatura en general y la ciencia ficción en particular fueron una forma de catarsis.
¿Qué tiene que ver Cortázar en todo esto? En tu vida, en tu obra…
–Hasta en la piel (me muestra el tatuaje en el antebrazo). Es el escritor por el que siempre he leído, fue una guía en muchos momentos, sobre todo en la adolescencia, con Rayuela, sus cuentos. Digamos que me abrió la cabeza para entender que hay otra realidad. Y este libro es una especie de homenaje a eso que me dio Cortázar. De hecho, en Labios… hay un Héctor Olivera que es medio fantasmagórico y que se le aparece al protagonista en momentos cruciales para ver qué decisiones va a tomar… te hace pensar si querés estar de este lado o del otro.
¿Qué camino querés que haga Labios del fin del mundo?
–Todo el que se pueda. Tengo un amigo que estudia cine y con él estamos haciendo un guion. Quiero que salga a andar… digamos que es un hijo que hay que soltarlo pero también hay que cuidarlo.
Ya no hay tiempo. Como si sonara una alarma, Federico Aliende se levanta de la silla para recibir más saludos. Familiares, amigos, compañeros de trabajo y colegas del mundo literario se acercan para combinar una doble felicitación: la del libro y la de su cumpleaños número 32.
El personaje principal de Labios del fin del mundo también es abogado. A lo largo de las páginas, el protagonista llamado Julián deberá sortear una gran cantidad de vicisitudes junto a Ana, una vecina del edificio en el que vive y con quien entabla una relación amorosa. Aliende dirá entonces que “el amor es una herramienta para la supervivencia y puede ser mucho más sincero en un ambiente incómodo”.
Es la hora. Hoyuelos y Chilano se ubican en sus respectivos lugares, los asistentes interrumpen hasta nuevo aviso los saludos y las voces comienzan a amplificarse por el micrófono encendido. Detrás del vidrio mojado se ve la plaza, las luces y el frío instalado en la cara de los que caminan por la calle Roca.
La charla avanzará en un tono relajado, por momentos jocoso. Alguien pregunta entonces “¿Qué puede hacer un abogado durante el apocalipsis?” Afuera está esa nube. El autor dice como si hablara para sí: “Quisiera que cuando cierren el libro se queden con más preguntas que respuestas”.