Podría decirse que Rojo Sangre (Planeta) es una historia de capuletos y montescos rosarinos, pero sin sus romeos y julietas correspondientes. Hay enfrentamientos, luchas encarnizadas, venganzas, “ajustes de cuentas”, asesinatos a sangre fría y a sangre caliente, persecuciones, tiroteos, carreras desesperadas, corrupciones de todo tipo y color. Es una historia de pura acción y que tiene como escenario las villas de una tórrida Rosario argentina. Pero también es reflexión. Otra reflexión, otro pensamiento, otro proceso cognitivo que se pone en papel. Una villa que piensa y se piensa a sí misma.
Su autor, Rafael Bielsa, vino a Mar del Plata para compartir con las y los lectores su experiencia de escritura en una charla que se desarrolló en el Museo Mar en el marco del ciclo Verano Planeta que ese grupo editorial organiza esta temporada.
Me da la sensación de que Rojo Sangre no es una novela que se escribe en un escritorio lustroso ubicado frente a una ventana con vistas a un parque arbolado. ¿Dónde te tuviste que sentar para escribir esta historia de Ronco, Langostino, etc?
-Lo primero que te diría es que este escritor no es un escritor que para escribir pueda sentarse en ningún parque con ningún árbol ni nada que tenga que ver con lo idílico, porque lo idílico y la comedia, lo sarcástico, no es mi territorio. Ni como escritor ni lo fue nunca como lector. Hay algo del orden de lo indecible en ciertas conductas de la especie humana que me atrae especialmente. Me atrae eso que uno intuye, que lo ve como ramalazos de luz, que cree que lo pudo agarrar de la cola, pero que se escapa.
Rojo Sangre como Tucho (su primera novela, editada por Edhasa) exploran esos espacios, por imposibilidad de hacer otro tipo de literatura. Es muy difícil escribir sin que tu cabeza este habitada por esos personajes.
Y estos personajes son protagonistas de una trama muy intrincada, muchas personalidades y un nivel de reflexión que llama la atención porque, en este submundo tan oscuro, vos reflejas estos personajes muy pensantes, en contra del estereotipo tan instalado de que están todos quedamos por la droga, que no piensan.
-Yo pretendí eso porque las personas que muchas veces se señalan como “los cabeza” no es que no reflexionan, reflexionan en otra lengua. Y una lengua siempre es constitutiva de un individuo, entonces, naturalmente la lengua los constituye y ellos se constituyen en la lengua que van produciendo. Cuando vos tenés la posibilidad de charlar, frecuentar a las personas en la villa y mantenerlo en el tiempo, te das cuenta de que no es que no hay reflexión, es una reflexión que está expresada en una lengua incógnita para los que no viven en los márgenes.
Bielsa explica que escribir esta novela le planteó tres problemas estilísticos. Uno de ellos era lograr la inteligibilidad de la identificación de los sujetos –“Y tengo dudas de que lo haya logrado, eso lo dirán los lectores”, acota-; el segundo inconveniente lo expresa como interrogantes “¿cómo mixturar en un mismo libro un lenguaje elaborado como el del periodista Mario Riesi, que hizo de la lengua su obsesión? ¿Cómo hacer para que eso conviviera con los otros lenguajes? Porque no podía ser una montaña rusa, tenía que haber armonía”, explica.
Por último, este escritor, abogado y político (aunque insista en que “la política pasó de mí”), explica su tercer problema estilístico para escribir Rojo Sangre: “Reproducir el ritmo de la vida en la villa, de las personas que viven ahí, porque no sucede al mismo ritmo que la vida de un pequeño burgués. Es una vida con otros tiempos, empieza a otra hora, termina a otra hora”.
¿Por qué la villa?
-Es un tema que a mí siempre me atrajo esta vida, desde que empecé en la política a los 15 años. Lo que Bernardo Verbitsky bautizó “Las villas miseria”, el sacrificio, la exposición del cuerpo, la injusticia, por qué él vive en la villa y no vivo yo, esa cosa tan culposa judeocristiana. Siempre me atrajo. Y la villa cambió mucho, la que yo conocí en los 70 no tiene nada que ver con la de ahora, en un sentido deteriorante. Es más violenta, más precaria, más definitiva, porque la de los 70 era una villa de paso, ahora no. Ahora es para siempre. Y es tan para siempre que hay gente que no sale de la villa, no sale nunca. Hay chicos que no conocen el resto de la ciudad, porque muchos se sienten expulsados, discriminados, señalados. Hay que tener en cuenta que hay villas de 70, 80 mil y 100 mil habitantes.
¿Y por qué tuviste que escribir una novela para dar cuenta de todo eso?
-Si yo contaba todo esto en un libro científico, académico, en el país de las trivializaciones los trivializadores, si tengo la suerte de que me lean, iban a decir que es una tontería la afirmación de que un tipo que vive en la villa no se quiere ir de ahí. Pero el sentido común establecido dice que están ahí pero si se pudieran se irían a un lugar mejor. Yo tengo prueba empírica de que no: quieren que ese sea un lugar mejor. Donde, entre otras cosas, conviven expresiones muy contradictorias, porque el techo te puede llover, pero vos tenés cuatro estufas encendidas en invierno, porque estás colgado de la electricidad, o tenés tres aires acondicionados, o la TV está prendida todo el día, conviven tres músicas diferentes, el ruido… Y bueno, me parece que el terreno es el de la ficción.
Para las personas que no vivimos en Rosario, que rara vez hemos pasado o que solo recibimos lo que llega de la prensa sobre lo que pasa en Rosario, podríamos creer que esa ciudad es un monstruo anclado en el medio del país que se expande día a día. En la novela, es una ciudad que sangra…
-Existe una cosa que es la rosarineidad y que vive entre los cuatro boulevares. Se concibió que Rosario era la Barcelona de Argentina y se lo creyó. Hay un cartel que dice “Rosario, un lugar para vivir” y yo digo que le falta un adverbio de lugar. Que diga “Aquí”, porque si haces 20 cuadras… te cambia todo. Pasá por abajo de la circunvalación… está todo ahí.
Esa rosarineidad es tan endogámica, se casaron tanto entre primos, que los hijos con cola de chancho les nacieron en el sur y se llaman Los monos. Eso fue negado por la política, negado literariamente, como objeto de estudio, fue negado culturalmente. Rosario fue la ciudad que menos capacidad tuvo de contener: lo expulsa y lo exhibe en todo su esplendor. De eso quise escribir, y me salió Rojo Sangre.
@trianakossmann