por Máximo Langlois (*)

Poco sabemos acerca de Rusia, en general, más allá de las representaciones actuales signadas por la guerra. Mucho menos conocemos respecto de su cultura y de su literatura, en particular, además de alguno de los monstruos decimonónicos; Pushkin, Tolstoi, Dostoievski.

En general, se tiende a caer ingenuamente en lugares comunes, determinados por una fuerte visión demonizadora. Rusia acaba así convertida en la fuente de todos los fantasmas del imperialismo occidental: conservadora, discriminadora, belicosa, comunista; reducida solo a eso. Pero, ¿por qué no liberarnos del prejuicio, hacer silencio y escuchar lo que su literatura tiene para decirnos? Es probable que así exorcicemos esos fantasmas, o que al menos nos animemos a percibir por detrás de ellos, desde nuevos puntos de vista. 

Porque hay mucho más en la cultura rusa de lo que imponen esos parámetros, esos estereotipos. En este sentido, proponemos voltear la mirada hacia su literatura del siglo pasado, para hacer un recorrido por diferentes obras que haga las veces de primera aproximación; por una serie de narrativas que va de la crónica de denuncia a la novela experimental.

Mi descubrimiento de América, de Vladimir Maiakovski (Baghdati 1893, Moscú 1930)

Entre los autores comprometidos de la Rusia de principios del XX destaca Vladimir Maiakovski, tanto por su poesía de vanguardia como por su teatro, su circo y sus crónicas.

A diferencia de otros escritores de su generación, no tuvo que exiliarse; quizá por su popularidad y su cercanía a figuras políticas emblemáticas. Ahora bien, acabó por suicidarse a temprana edad, dando lugar a una serie de mitos y teorías conspirativas.

Nos encontramos ante un poeta proletario de ideología manifiesta. En sus propios términos, su obra tiene la intención de cachetear el gusto del público y tirar por la borda todo el pasado cultural burgués. Entropía, un sello chiquito que tiene unas cuantas joyas en su catálogo, nos trae Mi descubrimiento de América (1926), una crónica de denuncia que narra el recorrido que hace Maiakovski desde Cuba hasta Estados Unidos, por diferentes metrópolis americanas, urbes que parecen ser vistas por primera vez con ojos rusos.

El autor describe estas ciudades con especial atención en lo maravilloso y potencialmente ficticio de las nuevas tecnologías, de acá el futurismo, pero no sin además reparar en una fuerte crítica hacia una burguesía en franco crecimiento, construida, según observa, en función del más violento consumismo efímero.

Con una marcada postura anticapitalista y un tono irónico, el cronista nos lleva por los trenes de La Habana, los subtes de Nueva York, las calles de Chicago, para dar cuenta, por un lado, de la asombrosa proliferación de la luz eléctrica, que se duplica y se triplica de maneras más que extrañas, y, por otro, de la profunda inequidad social entre el trabajador cubano y el multimillonario de la Quinta Avenida. Lectura cargada de abundante contenido ideológico exige un lector interesado en la dimensión política de la literatura.

Morfina, de Mijaíl Bulgákov (Kiev 1891, Moscú 1940)

Además de escribir la que quizás es la novela más importante de la literatura rusa del siglo pasado, esto es, El maestro y la margarita, Mijaíl Bulgákov ejercita, durante su juventud, la labor de médico, en pequeños hospitales de las zonas más alejadas y frías del interior ruso.

Esas experiencias lo llevan a escribir Morfina, un testimonio del horror intrahospitalario, además de una crónica de consumo de sustancia en la que el autor nos muestra su costado más oscuro y adictivo.

A modo de diario, Bulgákov narra acá una serie de situaciones de quirófano de extrema tensión y muerte, además de, con sumo detalle y de forma intercalada, su ingesta sistemática de dosis de morfina, que crecen con gran velocidad. Fundamental e indispensable se vuelve su vínculo con una enfermera de la cual se enamora, encargada de preparar sus inyectables. Esto se da en un marco de pobreza estructural, donde las distancias geográficas son enormes y las tormentas de nieve, constantes.

En su momento, circulaban ediciones pocket del título por Anagrama, pero ahora lo imprime La tercera editora, un sello nuevo y alternativo que tiene, en su reducido catálogo, títulos por completo inéditos para la industria editorial, todos ellos recomendables. Otros títulos imperdibles del autor son Los huevos fatales y Corazón de perro, dos obras de ciencia ficción extrañísimas por sus bases políticas, ancladas en la Rusia del ejército rojo.

El hechicero, de Vladimir Nabokov (San Petersburgo 1899, Montreux 1977)

Se trata de uno de los autores más emblemáticos y polémicos de su siglo. Su radicación en América lo convierte en quizás el más publicado y cercano a nuestro universo. Estamos frente a la versión primigenia de su tan famosa Lolita, El hechicero. Su primera palpitación, según el propio Nabokov; en este caso editada por Anagrama.

Escrita en ruso y nunca traducida por el autor, sino por su hijo, la novela breve presenta el mismo esquema narrativo que después Stanley Kubrick llevaría a la gran pantalla. Pero en esta oportunidad el autor no explicita nada ni fomenta ninguna fantasía polémica y perversa; solo sugiere, implica: la intención de someter sexualmente a una niña de doce años que lleva a cabo un hombre adulto, esto es, su pedofilia, se construye sobre elementos no dichos, sobre una ausencia de palabras.

No obstante, el horror está presente todo el tiempo. En suma, el efecto se genera por acumulación de metáforas y metonimias que el lector completa de manera activa. A su vez, no hay lugar a dudas, el narrador en Nabokov toma distancia y condena fervientemente la conducta del personaje; la pedofilia paternalista se pone en foco solo para luego ser materia juzgada. Es decir, entramos en la mente de un perverso no para comprender su patología sino más bien para juzgarla y condenarla. Puede que lo más interesante del texto sea que genera un espanto insoslayable al tiempo que un fluir de discursividad que favorece se hable del abuso intrafamiliar: el texto invita a reflexionar al respecto; la novela grita sobre ominoso silencio.

El espectro de Alexander Wolf, de Gaito Gazdánov (San Petersburgo 1903, Munich 1971)

Gazdánov nace en San Petersburgo pero pasa gran parte de su juventud en Ucrania, para después radicarse en el exilio desde una edad muy temprana bajo diferentes pseudónimos.

Es parte de una generación que Nabokov llama desapercibida, producto de la emigración devenida de la Guerra Civil Rusa. Sin embargo, toda su obra está escrita en ruso y, como consecuencia, muy pocos de sus textos llegan a traducirse para nosotros. El espectrode Alexander Wolf (1947) es uno de esos pocos, lo tradujo hace poco editorial Acantilado, pero ahora también se consigue por La Bestia Equilátera, una editorial independiente y nacional.

Se trata de una novela atrapante, en tanto que plantea al lector un experimento literario, una caja china de ficción, un enigma en apariencia irresoluble donde conviven arcos narrativos opuestos, de manera simultánea. Es una novela híbrida, donde confluyen las formas de la crónica de guerra, el policial negro y el thriller psicológico, enmarcadas por la autoficción.

En esta dirección, Alexander Wolf recurre a sus memorias para narrarnos su experiencia como soldado, reminiscencias de su paso por la guerra. En particular, se detiene en un episodio que determina su destino para siempre, en un enfrentamiento armado del cual no sale con las manos limpias: mata a un hombre. Pero las imágenes de este episodio se degeneran en un recuerdo atormentador y confuso, nebuloso. El artificio se revela cuando Wolf encuentra un texto escrito por un tal Sasha Wolf, autor ficticio, que reinterpreta de forma diametralmente distinta aquel episodio tan determinante. A partir de este giro, se abre un juego dobles, de interpretaciones inconexas, donde lo que resulta imperativo es saber más de la identidad de este autor fantasmal, de este espectro.

* Máximo Langlois es marplatense, librero, estudiante en Letras y cronista. A veces, músico, poeta y artista plástico. Aficionado a la teoría cyborg y al posthumanismo.