Cuando me preguntan cuándo y cómo escribo, recorro mentalmente las rutinas de los clásicos, que abundan en su diversidad, pero siempre me falta el contexto actual.

Hace unos días, un escriba bisoño, de prosa errática, me confesó con toda naturalidad que escribía en el celular. Los consejos que intentaba darle, comprendí, iban a contrapelo de su cultura digital.

El norteamericano Nathan Englander, alguien más “contemporáneo”, aconseja: “Apaga tu celular. Si quieres hacer el trabajo, tienes que aprender a desconectarte de todo. Sin mensajes de texto, sin correo electrónico, sin Facebook, sin Instagram”. Mi alumno escuchó azorado.

Englander, que escribió Ministerio de casos especiales, que tiene una prédica más cercana a los intereses de los nuevos escribas digitales, conserva “mañas de viejo”: “Sea lo que fuere que estés haciendo, páralo mientras escribes. Incluso cuando estoy solo en casa me pongo tapones en los oídos”.

Creo que el secreto está en poder escuchar la voz interna y no dejar que nos perturbe el afuera. Pero esta es una idea mía, y seguramente fuera de foco para jóvenes que escriben en celular, escuchan música y chatean al mismo tiempo.
Vivimos rodeados de estímulos, algunos muy atractivos, a los que es difícil abstraerse. Una pantalla de televisión en un bar, es un imán insoslayable, aunque estén dando recetas de cocina. ¿Qué decir del celular?

En sus tiempos, Hemingway no tenía estos problemas. “Cuando estoy trabajando en un libro o historia escribo todas las mañanas en cuanto veo la luz del sol. No hay nadie para molestarte. Lees lo que has escrito y, como siempre paras cuando sabes lo que va a pasar después. Has empezado a las seis y continúas hasta el mediodía”.

En alguna entrevista Haruki Murakami contó que se levanta a las 4 de la mañana. Escribe unas 5 o 6 horas y luego corre 10 kilómetros. El secreto está, según él, en la repetición de las acciones.

Henry Miller desgranó una rutina más “adaptable”. Recomendaba concentrarse pero seguir viviendo: cine, teatro, tragos en medio de la escritura. Pero, decía, “trabaja con calma, alegría y temeridad y de acuerdo a cómo te has programado y no de acuerdo a tu estado de ánimo.” Y remarcaba: “No te conviertas en un caballo de tiro. Escribe siempre con placer.”

La inglesa P. D. James escribía de noche, cuando sus niños y marido se habían dormido. Philip Roth y Lewis Carrol escribían parados. Víctor Hugo, al parecer, desnudo. Y Balzac tomaba 50 tazas de café al día.

Quienes escribimos cotidianamente sabemos que los períodos en los que la escritura fluye son excepcionales, pero suceden. Por eso uno debe estar sentado, cumpliendo la rutina, mientras llega ese momento. Esas “iluminaciones” muchas veces se ven defraudados al día siguiente, cuando leemos lo escrito. No debemos tomarnos tan en serio: se trata de releer, recortar, tachar, tirar todo a la papelera y volver a escribir. Y esperar una próxima iluminación. Pero que te sorprenda escribiendo. Aunque sea en el celular. Y con música de fondo, si es tu gusto.

@neriotello

*Nerio Tello  es periodista, escritor, editor y docente universitario. Autor del blog Letra Creativa.