Este año se cumplieron 400 años de la muerte de Cervantes. Como es sabido El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha puede ser considerada la primera novela que se haya escrito. Si bien hay algunas discusiones, nadie podrá debatir acerca de la grandeza del texto cervantino. Como se sabe, el gran personaje está influenciado por las lecturas de las novelas de caballería. De hecho el propio Cervantes alimentó su imaginación con esos folletines y no son pocos los que encuentran “rastros” de novelas populares de la época que él transformó en una genialidad. Sin duda, escribió imbuido en esas influencias.
Un dicho que circula entre los escritores dice que lo que no es tradición es plagio, porque al parecer, cada obra se nutre de algo anterior. Y, entre la tradición y el plagio hay una delgada (y difusa) línea.
Este año también fue el aniversario de la muerte de Shakespeare, cuyas influencias son notorias o sutiles. Leyó y escuchó historias por doquier. Y las transformó en genialidades. Es posible vislumbrar la trama de Electra de Esquilo en su famoso Hamlet. De algún modo, Hamlet resume la resolución y virilidad de Electra que clama por venganza y la actitud dubitativa de su hermano Orestes. Claro, Esquilo se inspiró en antiguos mitos griegos, por lo tanto, todos le deben a todos.
Romeo y Julieta es “hija” no reconocida de la antigua leyenda griega de Píramo y Tisbe. Aunque no lo diga. Pero Shakespeare es tan creativo que vuelve a tomar la historia e introduce los personajes con sus nombres originales en Sueño de una noche de verano, donde los “comediantes” representan, precisamente, el drama de esa pareja separada por la arbitrariedad paterna.
Contemporáneo de Shakespeare, es el gran Christopher Marlowe que escribió La trágica historia del doctor Fausto (1604). Algunas centurias más tarde, corregido y aumentado, aparece la misma leyenda del hombre que le vende el alma al diablo, en el monumental, y más famoso, Fausto (en dos partes, 1802 y 1832) del alemán J.W. Goethe.
El novelista francés André Maurois decía que los escritores descienden de otros; y que el legado literario se asimila en los primeros años de lectura. Él mismo confesó ser heredero de Stendhal, el autor de Rojo y Negro, a quien reescribió con intención de asimilar su estilo.
La más famosa novela de vampiros, Drácula (1897), obra del irlandés Bram Stoker, se basó, según cuenta su autor, en sus conversaciones con un erudito húngaro que le habló de Vlad Drăculea, individuo de costumbres extrañas. Sin embargo, 80 años antes, un hoy desconocido John William Polidori publicó El vampiro (1816), una historia romántica que se desarrolla en la ciudad de Ginebra con un protagonista de costumbres reconocibles. Polidori era secretario de Lord Byron, quien influyó a su vez en el poeta argentino José Mármol, el autor de Amalia, que publicó en su exilio en Montevideo Cantos del peregrino (1847), poemas autobiográficos y compuestos al compás de sus andanzas, aunque reconoció, estaban inspirados por Childe Harold, de Byron.
El gran Fedor Dostoievski tuvo sus pecados de juventud. Su segundo libro, El doble (1846), presentaba a un funcionario público golpeado por la maquinaria del estado y la alta sociedad. Este personaje se parecía mucho al de La Nariz (1836) del gran escritor nacional ruso, Nikolái Gógol. Para colmo dos personajes tenían la nariz muy larga, como Pinocho. En nuestro país, solo por sumar un caso muy conocido, el gran Roberto Arlt rinde tributo a su admirado Dostoievski en su fervorosa prosa, sobre todo Los Siete Locos (1929) y Los lanzallamas (1931). Pero no contento con esto, en su drama El fabricante de fantasmas (1936) introduce una escena donde un juez dialoga cara a cara con un asesino que se niega a reconocer su culpa, imitando al atribulado Raskólnikov de Crimen y Castigo; incluso el juez en la obra de Arlt, recuerda ese famoso diálogo de la novela del escritor ruso. Legados de la tradición.
Nerio Tello
Periodista, escritor, editor y docente universitario. Autor del blog Letra Creativa.