Cuentan que una noche tenebrosa, reunidos en una mansión en Villa Diodati, Ginebra, tres ingleses se gastaban bromas sobre historias macabras. Corría el año 1816. Uno era el dueño de casa, el poeta Lord Byron, que había dejado su país natal hastiado de los convencionalismos y las persecuciones. Tenía 28 años. El otro, era el también poeta romántico y filósofo Percy Bysshe Shelley, entonces de 24 años. La tercera, era la joven amante, y luego esposa, de Shelley: Mary Godwin, luego conocida como Mary Shelley. El desafío fue escribir durante esa noche desapacible una historia que condensara el terror que tanto los divertía.

Al parecer los tres pergeñaron sus historias, pero solo una sobrevivió. La de la joven Mary, de solo 19 años. Al despertar, tarde en la mañana, traía consigo el manuscrito casi completo de Frankenstein or The Modern Prometheus (o sea, Frankenstein o el Moderno Prometeo, o simplemente Frankenstein). La obra publicada ese mismo año se enmarca en la tradición de la novela gótica. El texto, como se sabe, explora algunos resquicios de la moral científica, y de la creación y destrucción de la vida. Y claro, de alguna manera sobrevuela una crítica a la audacia humana de imitar a Dios, en tiempos en que la ciencia daba sus primeros y decididos pasos explorando un mundo hasta entonces poco explicado. El protagonista de la novela, el famoso Dr. Victor Frankenstein –nombre que a veces se confunde con el del monstruo (apelativo que casi no aparece en el texto original) creado por el científico– intenta rivalizar con Dios, como una suerte de Prometeo moderno que arrebata el fuego sagrado de la vida a la divinidad.

En la referida noche creativa disputaban Lord Byron, el excelso autor de Don Juan, y cuya vida encarna el ideal romántico de la aventura y el vértigo, y hoy poeta referencial para los escritores. Por otro lado, Percy Bysshe Shelley, el enorme poeta de Oda al viento del Oeste y A una alondra, uno de los más importantes poetas británicos. En ese momento, la joven Mary, hija del filósofo político William Godwin y la filósofa feminista Mary Wollstonecraft, no había desplegado aún sus habilidades literarias. Sin embargo, de los tres, ella logró construir el texto más perdurable y de indudable popularidad gracias a innumerables versiones fílmicas.

La vida de la muchacha, sin embargo, no había sido fácil ni lo sería. Dos años antes de estos sucesos, en 1814, a los 17 años, conoció al poeta Shelley que solía frecuentar la casa de sus padres. El poeta estaba casado y tenía dos hijos, a pesar de lo cual nació una relación entre ambos que fue condenada por sus padres primero y la sociedad toda después.

La pareja virtualmente huyó hacia Francia y luego recorrió Europa. En ese periplo se inserta la historia de la mansión suiza y el encuentro con el exiliado Byron. Un año después regresan a Inglaterra. La mujer legal del poeta se ha suicidado, entonces la pareja se casa pero el embarazo de Mary acrecienta el desprecio social. Además de las deudas, los jóvenes escritores deben asumir el fallecimiento de la recién nacida.

En 1818 se mudan a Italia, donde nacen y muere un segundo y un tercer hijo. Solo el cuarto embarazo llega a un final feliz: Percy Florence, el único hijo de la pareja. Pero sobreviene una nueva desgracia: en 1822, el poeta Percy Shelley muere al hundirse su velero, durante una tormenta en la Bahía de La Spezia. Tenía 30 años. Dos años después muere en Turquía, Lord Byron. Mary Shelley regresó a Inglaterra y se dedica a la educación de su hijo y a su carrera como escritora profesional. Murió a los 53 años.

Leído dos siglos después, Frankenstein parece decirnos que dentro de cada uno habita un monstruo. La ambición, el ego, la necesidad de sobresalir y la capacidad de destrucción arden en los corazones del ser humano. Precisamente los griegos lo habían personificado en Prometeo, aquel titán que les entregó el fuego sagrado a los mortales y que a causa de su soberbia debió padecer una tortura eterna.

El escritor español Fernando Marías que lidera un colectivo de 130 autores reunidos bajo el nombre de “Hijos de Mary Shelley” afirma que “Frankenstein ahonda en la soledad del ser humano, su destino fatal. Es una novela filosófica, pero a la vez Mary halló un argumento genial donde todos nos vemos reflejados, y de ahí la fascinación que nunca termina. En cada nueva lectura genera una reflexión y sentimiento, una obra grande realizada en estado de gracia. Y además está la magia de la concepción de la novela. Todo ello envuelve a Frankenstein en un halo que multiplica hasta el infinito su trascendencia”.