Gabriela Cabezón Cámara e Iñaki Echeverría parieron una novela gráfica dolorosa, con una eficacia implacable. Beya (le viste la cara a Dios), editada por Eterna Cadencia, narra un dolor que es de toda una sociedad y una conciencia que es de todos en el cuerpo y la conciencia de una sola mujer.

A lo largo de las páginas, y a través de imágenes de una poesía atroz, desglosan un caso de trata de personas. La explotación sexual de la protagonista de esta historia se basa en un requisito ineludible: El rata cuervo tiene que tener éxito solamente quebrando la voluntad de la chica a fuerza de drogas, alcohol, violencia física y psicológica. Las piezas de los burdeles siguen siendo las mesas de tortura en el siglo XXI.

Cabezón Cámara y Echeverría construyen un modo de narrar el dolor físico, el desgarramiento interno, la escisión entre cuerpo y alma, con una virtud poética incuestionable. Y eligen un final a la altura de las circunstancias que rebalsa de horror, pero también tiene su cuota de esperanza.

00Pero una, como lectora y a la vuelta de la última página, se queda con ese duelo incendiario que genera el hecho de saber que la ficción sabe de lo que habla. Lo vemos en las noticias de las seis, lo leemos en el gesto adusto de Susana Trimarco, por dar un ejemplo, lo escuchamos en el terror de cientos de madres y padres que las siguen buscando.

Queda una sola certeza y es que no hay redención, ni para Beya ni para esta inadmisible realidad que como sociedad escribimos fuera de los libros.

Beya (le viste la cara a Dios) es una novela tan incómoda como inevitable, por su estructura argumental, por la unicidad en tono, cadencia e impacto visual; una publicación que derrama literatura en cada silencio, en cada escena pintada de un solo color: el negro.