Los escritores más célebres dejan, además de sus obras, un reguero de anécdotas. Quizás la mitología que los rodea, o que ellos mismos se crean, multipliquen sus ocurrencias, porque es difícil imaginar cómo y por quien fueron registrados esos episodios. Como se sabe el norteamericano Mark Twain, hizo gala de una prosa brillante y un gran sentido del humor. Cuentan que en uno de sus tantos viajes en tren por su país se topó con el guarda que le pidió su boleto.  El escritor revisó sus bolsillos y sus maletas y nada. El guarda que lo había reconocido le dijo: “Usted es el autor de Tom Sawyer. No se moleste, comprendo que lo ha extraviado”. A lo que Twain contestó: “No me preocupa tanto el billete sino que si no lo encuentro, no sé dónde debo bajarme”.

James Joyce tenía algunas costumbres extrañas pero con la contrapartida de que las escribía. Son conocidas las cartas a su amante y futura mujer, Nora. Tenían al parecer una pulsión sexual muy explícita. Lo que es menos conocido es la inquietante obsesión que tenía con las flatulencias. “Creo que distinguiría un pedo de Nora en cualquier lugar. Incluso podría distinguirlo en una habitación llena de mujeres tirándose pedos. Es un sonido bastante femenino, no como el pedo fuerte y húmedo que imagino estilarán las mujeres gordas”.

En cierta ocasión el escritor Ramón del Valle-Inclán tuvo que comparecer ante un juez por un alboroto en una cantina. Tras declarar nombre y oficio, el juez le pregunta: “¿Sabe leer y escribir?” a lo que responde: “No”. “Me extraña su respuesta” dice el magistrado, a lo que el poeta de Aromas de leyenda, responde: “Más me extraña a mí  su pregunta”.

A propósito de Valle-Inclán, se sabe que era un intelectual de juicios muy severos, y cierta vez al parecer criticó duramente a su colega Jacinto Benavente, el legendario autor de Los intereses creados. Unos días más tarde, en una tertulia, el dramaturgo elogió la figura de su colega Valle-Inclán. Un personaje del público se puso de pie y le dijo: “Pero Don Ramón no opina lo mismo de usted”. “Es cierto –contestó Benavente–, a lo mejor estamos equivocados los dos”.

He sabido que los ingleses disfrutan particularmente de las ironías. Rudyard Kipling si bien nació en la India, es hijo de la cultura inglesa. El autor de El libro de la selva, entre tantos otros, un día se despertó sorprendido porque el periódico anunciaba su muerte. Inmediatamente escribió a uno de los editores anunciándole que como ya estaba muerto lo borraran de la lista de suscriptores.

En nuestro país, el ocurrente humor de Borges llenó libros de anécdotas. En sus primeros viajes a Europa como autor de culto, lo invitan a un programa de televisión donde el conductor, para sacarle respuestas ingeniosas, le pregunta: —¿En su país todavía hay caníbales? Borges se tomó uno segundos y respondió: —Ya no. Nos los comimos a todos.

En 1920 el escritor noruego Knut Hamsun ganó el Nobel de Literatura. Entre los agasajos, viajó a París, pero tuvo que hacerlo solo y no sabía una palabra de francés. Después de una semana regresó a su país y su familia ansiosa le pregunto: “¿Tuviste algún problema con tu francés?”. “En absoluto, respondió, pero los franceses sí.”

El comediógrafo francés Molière sentía auténtica aversión hacia los médicos, tema que abordó en sus comedias El enfermo imaginario y El médico a palos. Cada vez que estaba con una dolencia evitaba por todos los medios hacer una consulta. Cierta vez que la fiebre lo mantuvo postrado varios días su esposa decide llamar a un médico que prontamente se presenta en la casa del dramaturgo. Cuando el facultativo golpea la puerta, la esposa escucha que Molière, desde su lecho y con escasa fuerza, le dice: “Querida, no dejes que entre. Decile que estoy enfermo y que iré a visitarlo cuando mejore”.

Nerio Tello   es periodista, escritor, editor y docente universitario. Autor del blog Letra Creativa.