El Lémur es la novela que acaban de publicar Sebastián Chilano y Mauro De Ángelis junto a la editorial Indómita Luz, una novela escrita a cuatro manos antes de la pandemia, que empezó como un juego -casi como un chiste por WhatsApp- y que terminó convirtiéndose en una historia hilarante, con personajes heterogéneos y escenarios memorables.

Marcelo Brizna, un poeta del conurbano, ofuscado y un poco envidioso, decide conformar una banda de colegas para secuestrar al escritor César Aira, flamante ganador del Nobel de Literatura, y pedir como rescate el monto del premio. Para eso convoca a varios de sus antiguos compañeros de letras de Hurlingham, pero sólo el leal Tajo Bonarino -mecánico soñador- y la revolucionaria y temeraria Lanadia, responden al llamado.

La planificación del delito no resulta muy rigurosa y, entre la poca pericia de los delincuentes y los escollos que van surgiendo (que involucran hasta un innovador plan militar para la seguridad nacional) se da una serie de situaciones que llevan al desopilante desenlace en una ciudad de la pampa bonaerense que nada tiene que envidiarle a las grandes capitales del mundo en glamour y exuberancia.

“A principios de 2018, al compartir la admiración por Aira, jugamos con la idea de hacer una novela en su homenaje -recuerda el autor del libro de cuentos Vía Crucis, Mauro De Ángelis, sobre cómo surgió la escritura de El Lémur -. Empezamos a mandarnos partes por WhatsApp y cuando apareció el personaje de Marcelo Brizna en el bar, todo se fue estructurando. Nos mandábamos muchos mensajes, con chistes, pequeños fragmentos. Seba después los ordenaba en un word. Tres o cuatro meses después ya teníamos la primera versión”.

No recuerdo una conversación dónde dijéramos ‘Che, tenemos que escribir algo juntos’ -añade el autor de Los Preparados, Sebastián Chilano- Me parece que nuestros estilos no presagiaban una comunión. Fue más una conversación que se prolongó, que el diálogo se convirtió en una subida de apuesta, como en un truco quiero retruco y así, en un momento de una larga charla sobre Aira, pudimos ver que había una historia que podíamos contar juntos, explica.

Haciendo honor a los inicios de la novela -y adecuados a las formas alternas de encuentro y diálogo que los tiempos imponen, la conversación con Revista Leemos también se da por chat, en un grupo que prometió desaparecer cuando este texto vea la luz. Entre emojis que quieren abreviar y modismos que mezclan la estructura de lo oral y de lo escrito, esa charla puede decodificarse de la siguiente manera:

Mauro, este es tu debut escribiendo a cuatro manos, ¿Cómo fue la experiencia?

MDA: Fue muy buena, nos divertimos, no sufrimos el síndrome de la página en blanco ni nada de eso. Siempre surgía algo. Quizás de a dos pase eso. Yo sabía, claro, que Seba había tenido otras escrituras a dúo, pero bueno, cada experiencia es intransferible. Escribimos desde el placer y la diversión. Para mí fue un periodo muy bueno de mi vida.

Sebastián, en tu caso ya habías escrito con otras personas, libros que se publicaron y otros que no. ¿Por qué pensás que se te dan estas situaciones de compartir el proceso?

SC: Supongo que quiero establecer un récord mundial de “el tipo que más escribió a cuatro manos”. Hablando en serio, no sé. No tiene explicación. Supongo que tengo en claro que por momentos estoy tan empantanado en los mismos temas (la muerte, la medicina, el mar) que la única forma de salir es escribiendo con otra persona.

Uno de los puntos más fuertes de la novela es el humor y la risa surge muchas veces como consecuencia de escenas con condimentos absurdos. ¿Hubo momentos en que se dijeron “nos estamos yendo al carajo”?

MDA: No recuerdo puntualmente ninguno, pero sí hubo esos momentos. Hemos aligerado algunas menciones a personajes famosos, por ejemplo. Podríamos haber sido más duros, más cínicos, más implacables, pero nos inclinamos por encontrar un equilibrio entre lo que quisimos decir y lo que se puede decir.

SC: Yo creo que todo el tiempo la cosa se desmadró, o se fue al carajo. Es la relativa impunidad que da escribir a cuatro manos. De última puedo decir que no fui yo. “No, eso que te ofende no lo escribí yo, amigo, fue él. Él es malo”.

Creo que de lo mejor que tiene la novela son esos escenarios tan contrastantesy las oportunidades narrativas que dan, en especial con esa Ciudad de Las Flores hollywoodense ¿Cómo surgió la opción de poner a un Aira posible en ese contraste?

MDA: Yo no me acuerdo cómo salió lo de Las Flores tan moderna y hollywoodense. Creo que se le ocurrió a Seba y yo me enganché. Obedecía a una necesidad del argumento. Era un lugar donde podíamos desplegar la acción; permitía el juego.

SC: Porque si algo nos ha permitido la novela es decir lo cualquier cosa que nos guste decir. Y el contraste de una historia marginal que sucede en una escenario de lujo y ostentación sojera de pronto funcionó muy bien.

Ambos son lectores y seguidores de la obra Aira, les gustaría que El Lémur, con todos sus visos humorísticos e hilarantes, pueda ser leída también como una novela a la manera de homenaje? ¿Les parecen necesarios los homenajes?

MDA: Me parece que hay que homenajear a nuestros maestros. Nos han dado felicidad en un mundo donde eso no abunda. Claro que eso no significa que el homenaje sea un ditirambo obsecuente. Puede ser más sutil e indirecto.

SC: Toda la novela es un homenaje. A nuestros héroes y a nosotros mismos. Incluso a quienes dejamos de ser. Nos tocó ser adolescentes en los 80/90, soñábamos ir a Santos Lugares y ver Sábato tanto como hoy ir a Flores y ver a Aira. Reírnos de nuestros sueños es también aceptar nuestros cambios, nuestros gustos y nuestras contradicciones. Así opera la literatura de Aira: nos expone todo el tiempo a luchar contra el gusto y la lógica de la narración. Bienvenido sea si alguien lee El Lémur como un intento de repetir, con torpeza, ese camino.

@trianakossmann