*Por Francisco Aiello
En un momento histórico en el que asistimos al paulatino cierre de zoológicos por un inexorable descreimiento en sus posibilidades educativas y una creciente consciencia de su crueldad intrínseca, exige un esfuerzo denodado concebir que hace poco menos de un siglo todavía existían en Europa zoológicos humanos. En estos predios no se exhibían animales exóticos, sino personas provenientes de distintos territorios apropiados por la codicia colonial. Con el mismo afán de convertir personas en objetos de contemplación curiosa, a principios del siglo XX se produjo en los Estados Unidos un escándalo con Truman Hunt, quien –tras una participación activa durante la guerra de 1898 en Filipinas– regresó a su país con un grupo de igorrotes a fin de convertirlos en atracciones de feria mediante la puesta en escena de actos rituales.
Tal Truman Hunt aparece mencionado al pasar en La telepatía nacional (Eterna Cadencia, 2020) de Roque Larraquy como un antecedente del que sacar enseñanzas en el marco de un proyecto de creación de un parque etnográfico ya no en Estados Unidos ni en Europa, sino en la Argentina, más específicamente en Tandil, donde el acaudalado protagonista de apellido Dam posee una extensa propiedad. El proyecto, que hoy puede verse como siniestro y descabellado, se encuentra en perfecta sintonía con el aire de época de este episodio transcurrido en los primeros años de la década de 1930, en cuya ficcionalización participa el discurso médico de ese tiempo reelaborado hasta la hilaridad, como sucede, a modo de ejemplo, con la explicación según la cual las personas con trastornos mentales se encorvan a causa de la gravedad sobre “la materia psíquica densificada por la patología”.
La novela comienza con la carta escrita en Perú por un comerciante que cumple con un pedido enviado desde Buenos Aires: un cargamento que consiste en la compra de un grupo de indios amazónicos destinados a habitar en el parque etnográfico. Este acto de extrema violencia se articula con otras formas de ejercerla mediante la supresión no solo de la voluntad, sino también de la posibilidad de decir o incluso de mirar, dado que constantemente son los apropiadores quienes deciden de qué modo están viendo los indios su nueva realidad. Además de estas formas ostensibles de racismo, la novela concentra tantas formas de discriminación que terminan conduciendo a la risa. La xenofobia a veces enfatiza su desprecio con un de mierda para caracterizar una nacionalidad y otras no hacen falta complementos: basta con decir turco, polaco o tano. También interviene de modo reiterado la homofobia, en constante estado de alerta ante cualquier indicio que pueda manifestar una supuesta patología, como el hecho de mirar a los ojos que apresura un diagnóstico irrefutable: “La compulsión enferma del marica”.
Claro que racismo, xenofobia y homofobia son modos de caracterizar desde el presente un discurso en el que tales tendencias se presentan naturalizadas sin atisbos de problematización, como también sucede con el clasismo, actitud diseminada en La telepatía nacional desde distintos ángulos. De modo manifiesto, las descalificaciones constantes de parte de Dam y de su esposa, desde su posición económica privilegiada, reivindican y continúan un linaje que desprecia a la clase media, personificada en la figura del asistente servicial y ávido de reconocimiento en todo momento, quien entre otras funciones se vuelve un mediador entre su patrón y la cultura escrita, puesto que siempre se ampara en alguna excusa para que su empleado lea o escriba por él.
También la esposa lo vuelve su escriba circunstancial y ese capital simbólico sugiere la diferencia respecto de las mucamas, más deshumanizadas según esta perspectiva de clase a tal punto que –en palabras de la señora Dam– requieren un pulido. Sin embargo, ante ese foco de tensión con las empleadas domésticas, el asistente se orienta sin excepción hacia los empleadores, ratificando lo que sostiene Perón –en realidad, el nombre no aparece, aunque el supuesto documento de presidencia data de 1951– en un texto incluido en la segunda parte respecto de clase media urbana a la que considera “nuestro electorado más reacio y menos sensible al destino de las clases oprimidas”.
Además de este discurso político-administrativo extravagante por su tendencia ensayística con un despliegue de razonamientos que desemboca no en una resolución sino en una sugerencia, la segunda parte yuxtapone distintos textos que configuran una proyección mediante resonancias en décadas sucesivas del núcleo argumental vinculado con el fenómeno telepático que se produce con la intervención de un perezoso también traído de la selva. Este tipo de estructuración recuerda el modo en que se organiza la novela anterior de Larraquy, La comemadre (2010), texto en el que también se aborda desde el humor la cientificidad de principios de siglo XX.
Los atributos encomiables de La telepatía nacional se reconocen en su posibilidad de lectura lineal que sigue el desarrollo argumental con un interesante contrapunto de perspectivas, pero también en la recursividad, gracias a la cual distintos elementos aparentemente inocentes van cobrando sentido en la media en que se reiteran. Es lo que sucede con las ya mencionadas excusas de Dam para no leer o las incesantes contaminaciones de géneros textuales, a lo que se puede agregar el tópico de la traducción, que resulta recurrente en múltiples inflexiones. Así, pese a su brevedad, parece que a esta novela siempre le queda algo más para contar y decir.
*Francisco Aiello es doctor en Letras, docente del Departamento de Letras de la Universidad Nacional de Mar del Plata e investigador del CONICET.