Hay libros que se leen de un tirón, que por su brevedad, por la propia estructura de la trama o por su naturaleza atrapante sólo nos duran un par de horas, porque es inevitable dar vuelta otra página y otra y otra. Pero también están los otros, los que requieren tiempo, horas de descanso, los que, incluso desde su concepción han nacido para ser fragmentados, aun cuando cuenten una sola historia o hablen de un sólo tema.
Hay muchísimos ejemplos y cada vez aparecen más, a veces porque así se lo proponen las y los autores, o porque los ritmos de lectura que impone el texto sobrevuela cualquier intención. En general, las novelas que tienen formato de diario, con entradas divididas por días, son lecturas más espaciosas. Pero no solo la estructura del libro es lo que impone el ritmo. De hecho, consultamos a la librería Libros de la Arena sobre algunos títulos que pudieran (u obligaran) a leerse tanto de a partes, y nos propusieron tres muy diferentes:
Yo recordaré por ustedes, de Juan Forn (Emecé)
Cuando hablamos de Juan Forn sabemos que hablamos de un narrador imprescindible de nuestra literatura, pero también de un autor que se animó a pensar los más variados temas, a enriquecerlos, a darlos vuelta, sacudirlos y volver a ponerlos en su sitio. Así fueron sus textos en el Diario Página 12 que publicó durante tantos años, y que se editaron en tres tomos hace ya tiempo bajo el título de Los viernes.
Luego de su muerte, el pasado 20 de junio, Emecé publicó su último trabajo Yo recordaré por ustedes, un libro en el que recorre, a pura fuerza narrativa, las sutilezas, las exigencias y el encanto del llamado “género contratapa” que durante mucho tiempo se le hizo carne.
Se ha dicho que en este nuevo libro, Forn despliega una propuesta de lectura de unidad en la diversidad, con textos de una riqueza literaria exquisita que hacen equilibrio en la difusa línea entre la realidad y la ficción, entre el relato de época y la novela condensada, dirá, de hecho, la propia editorial.
Son textos autónomos que, no hay que dudarlo, hacen un todo unificado, luminoso y atractivo, siempre invitando a volver donde quedó el señalador. Digamos, entonces, un libro ideal para la mesa de luz, de esos que podrían entrar en las publicidades del tipo “satisfacción garantizada”, para cada ratito antes de dormir.
Degenerado, de Ariana Harwicz (Anagrama)
En el otro extremo de esta propuesta está Degenerado. La escritora argentina radicada en Francia y autora de tres novelas que tienen a mujeres como protagonistas –Matate amor, La débil mental y Precoz- publicó este libro que es el monólogo interior de un hombre acusado de pedofilia que se enfrenta a un proceso judicial por eso.
La autora eligió recrear los pensamientos de este personaje con una prosa feroz y descarnada -como es su estilo, claramente-, poniendo a su personaje en el lugar de la ignominia y explorando una narración en la que casi no aparece la acción.
Más allá del planteo monologal, el relato y la atmósfera de Degenerado es agobiante, inquietante. Las y los lectores no tienen un asiento mullido para sobrellevarlo: es improbable que puedan acompañar la lectura con un te con tortas en una tarde soleada.
Y es mucho más por eso que por la propia fragmentación del texto que Degenerado es una experiencia de lectura que obliga a tomar recreos intermedios. Potente, fascinante e incómoda.
Kentukis, de Samantha Schweblin (Literatura Random House)
Ya hemos hablado de este título que es la primera novela “larga” de la autora argentina varias veces integrante de la lista corta del prestigioso premio internacional Booker Prize. A diferencia de sus libros anteriores, que eran o novelas cortas o libros de cuentos, en Kentukis lo que unifica es el tema y la historia, pero está compuesto por capítulos que bien pueden ser relatos, que cuentan cada uno una pequeña situación en torno al uso de la tecnología como una forma de lidiar con la soledad.
Los personajes están diseminados en diferentes partes del mundo, juegan cada uno un papel diferente y su capacidad de interacción está signada por el uso de unos dispositivos que permiten dos opciones: espiar la vida del otro o ser el espiado, con la ventaja de tener en casa un pequeño bichito electrónico que actúa por su cuenta y que, en rigor, es operado por el que espía.
Cada relato suma al todo, lo compone, abre tramas y subtramas, las cierra, las complementa. Pero, en sí mismo, cada texto es uno en una historia que no necesita ni empezar ni terminar, sino que siempre está siendo. Se puede leer de corrido, si. Pero deja a criterio de quien lee el ritmo que le quiera (o pueda) imponer.