Lillian aprendió desde muy chica que con aromas, sabores y amor, es posible mejorar el ánimo de las personas. Siendo aún una niña, se cargó sobre los hombros la tarea de despertar a su madre del letargo y la depresión en la que se había sumido tras la separación de su esposo. La niña comienza a experimentar con ingredientes, combinaciones y el impacto que producen en sus comensales. Abuelita, una mexicana que tiene una tienda, le da desinteresados consejos y la introduce en el mundo de texturas, olores, colores, sabores y logra que su soledad sea menos intensa.
Muchos años después, Lillian tiene su pequeño y encantador restaurante, donde los lunes funciona también una escuela de cocina. Pero esta escuela no es simplemente un lugar al que acudir para aprender a ejecutar técnicas culinarias. Con su bagaje y gran corazón, hace de las clases experiencias que, en el mejor de los casos, intentan ser parte de cambios positivos en los “estudiantes”.
Recetas, proporciones, sabores que quedan bien con otros sabores, son solo la superficie de un encuentro de personas muy distintas entre sí que, en la pulcra y acogedora cocina de Lillian, encuentran mucho más que ricas comidas. Y aprenden que los ingredientes esenciales, pueden no ser comestibles.
¿Logrará Claire reencontrarse con su individualidad luego de pasar años pendiente de su esposo y sus hijos pequeños?
¿Podrán Carl y Helen dejar definitivamente atrás los errores del pasado?
¿Aprenderá Chloe a quererse, a ser auténtica sin miedo, a pesar de unos padres que la desprecian y una pareja que no la valora?
¿Qué encontrará la decoradora de interiores italiana Antonia, además de inspiración para el reciclado de una cocina en una antigua y espectacular casona que compra un matrimonio joven?
¿Se reconocerá Isabelle, la solitaria abuelita que está padeciendo problemas de memoria?
¿Entenderá el trabajador y tímido Ian por qué su madre le regaló para su cumpleaños un curso de cocina?
¿Será Tom capaz de sobreponerse al dolor y la soledad tras el fallecimiento de su joven y amada esposa?
Todas estas historias se entretejen en La escuela de ingredientes especiales (SUMA de Letras), la primera novela de la norteamericana Erica Bauermeister.
Entre cangrejo, pasta con mariscos, tortas de celebración, raviolis de calabaza, tortillas mexicanas, pechuga de pavo rellena con romero, arándanos y panceta, polenta con gorgonzola, biscotti de chocolate y otras delicias, los estudiantes experimentan interesantes cambios en sus vidas. Hacen amistades, consiguen trabajo, comparten realidades diversas, se ayudan unos a otros, se enamoran y, sin darse cuenta, se concentran en los aspectos más positivos de la vida.
¿Impactará esta experiencia también en la dulce, atenta, buena y solitaria Lillian?
Tanto para conocer esta respuesta, como para saber el rol del tiramisú, la receta que elegí proponer en esta columna, nada mejor que leer esta novela fresca y deliciosa.
Tiramisú
Solo nombrar este delicioso postre italiano, pone la mente en positivo. Pocos me gustan tanto. Es una de esas recetas simples, cuya clave se encuentra en la calidad y proporción justa de los ingredientes. No pasarse mucho con el café, no endulzar demás el baño de las galletas, usar un buen queso crema (idealmente mascarpone), son algunas cosas básicas a tener en cuenta. Lo demás es contar con unas ricas vainillas, hacer un buen café y montar una rica crema de café para intercalar las capas (aclaro que, para no hacer un postre demasiado pesado, yo no le incorporo huevos, aunque la receta tradicional los pide).
Para un tiramisú con dos capas de galletas y dos capas de crema en un molde cuadrado (20x20cm) se necesitan: 16 a 18 unidades de vainillas / una taza de café bien fuerte dulce / 200g de queso crema / 200 g de crema de leche / una cucharada sopera de azúcar impalpable / una cucharada sopera (o un poco más) de polvo de café instantáneo / 1 barra de chocolate amargo para decorar.
También se puede presentar en porciones individuales, utilizando copas.
Para hacer este postre comenzar preparando una taza de café fuerte, endulzarlo y dejar que se enfríe.
Mientras, batir el queso crema con la crema de leche. Antes de que la mezcla esté a punto agregar el azúcar impalpable y el polvo de café instantáneo. Reservar.
En una fuente disponer una capa de vainillas, rociar con parte del café dulce y distribuir la mitad de la crema encima. Acomodar el resto de las vainillas, volver a humedecer con el café, incorporar el resto de la crema y terminar con el chocolate finamente picado o rallado. Llevar al frío -por lo menos dos horas- y disfrutar.
@claudroldosmdp