Una joven soñadora en busca del amor ideal, un profesor de letras, un cuento para niños, un escritor famoso y un poco gruñón y un secreto, se combinan en París es siempre una buena idea editado este año por Espasa y escrito por Nicolas Barreau. Se trata de novela sencilla y efectiva, en la que la ciudad de la Torre Eiffel es una protagonista más de esta historia. Y si de París se trata, la gastronomía también se convierte en un personaje irremplazable.
Como buena parisina, a Rosalie le gusta disfrutar cada mañana de un rico café creme y un croissant recién horneado, a pesar de que René, su novio y personal trainer, intenta convencerla de inclinarse por una opción más saludable, como un smoothie.
Una buena cena para agasajar –o conquistar-, incluye para ella buenos quesos, jamón, uvas, pastel de hígado de pato y, por supuesto, torta de chocolate, claro, todo acompañado con vino tinto, porque si hay otra cosa sobre lo que los franceses saben, es de buenos vinos.
Rosalie sueña con una cena romántica en el famoso y exclusivo restaurante de la Torre Eiffel, Jules Verne, y en la novela acude, pero con Max Marchais, el famoso escritor de cuentos infantiles para quien realiza las ilustraciones de su última producción, disfrutan las exquisiteces del chef y brindan con champagne Bollinger.
Rosalie comparte momentos imperdibles alrededor de una mesa bien servida
El trabajo que le había propuesto Marchais no solo significa para ella el despegue de su carrera, la lleva a trabar amistad con ese hombre cuyos libros había disfrutado desde pequeña y conocer a Robert, ese “americano” atractivo y algo raro, con quién tiene un mal comienzo, pero que carga una historia que lo hace convertirse en una pieza clave del rompecabezas que Barreau arma en “Paris…”.
Con Marchais y Robert, Rosalie comparte momentos imperdibles de la novela y algunos de ellos, son alrededor de una mesa bien servida y, como no podía ser de otra manera, con un típico postre francés que es, además, uno de mis preferidos: crème brûlée.
Hay varias versiones de este delicado dulce terminado con una costra de azúcar quemada que contrasta en el paladar y, si está bien logrado, puede convertir cada bocado en un momento sublime. Algunas recomiendan realizarla solo con crema de leche, yemas y azúcar, pero la receta original sugiere una combinación de leche y crema leche. Así es como la prefiero yo, porque le da la untuosidad justa.
Crème brûlée es un delicado dulce que, si está bien logrado, puede convertir cada bocado en un momento sublime
Tradicionalmente se hornea y presenta en moldes aptos para horno individuales, pero también puede realizarse en una fuente familiar.
La clave está en lograr esa costra de azúcar quemada que los chefs realizan con un soplete, pero que, cuando surgió el postre se hacían con un quemador de hierro que se calentaba al fuego. Ahora vienen también unos similares a los antiguos, pero eléctricos. Les sugiero revisar las mesadas de las abuelas, seguro encuentran algún quemador de los originales.
No hay que tenerle miedo a la preparación de este postre, suena más difícil de lo que es.
¿Qué se necesita?
6 yemas de huevo/ 6 cucharadas de azúcar blanca/ 2 tazas (y un poquito más) de crema de leche/ media taza de leche entera/ 1 chaucha de vainilla (o, en su defecto, unas gotitas de esencia natural de vainilla) / azúcar extra para la terminación.
¿Cómo se prepara?
Poner en una olla a fuego bajo la crema y la leche junto con la chaucha de vainilla abierta (o las gotas de esencia).
Colocar las yemas y el azúcar en un bowl y mezclar.
Retirar del fuego la olla con la crema y la leche antes que llegue a hervor.
Incorporar la mezcla de leche y crema sobre las yemas, muy suavemente y sin dejar de revolver con cuchara de madera.
Pasar por un colador fino de alambre o tamizador. Hay quienes no realizan este paso, pero contribuye a dejar la mezcla bien lisa, descartar cualquier impureza de las yemas y no cuesta mucho.
Disponer la crema en moldes individuales aptos para horno o en una fuente familiar.
Tapar con papel aluminio y cocinar a baño María en el horno a una temperatura baja (150ºC) durante aproximadamente 30 minutos. Cuidar que no se evapore el agua del baño María y, si es necesario, agregar.
La crema debe tomar consistencia, pero no quedar firme (como un flan) y tampoco deben dorarse los bordes.
Retirar del horno, dejar reposar –puede ser a temperatura ambiente o en la heladera- y, antes de servir, quemar.
Para este procedimiento, clave en el resultado final de la crème brûlée, calentar el quemador sobre las hornallas, disponer de un recipiente con agua hirviendo y un repasador limpio.
Espolvorear una capa de azúcar sobre la crema y apoyar –apenas- el quemador por unos segundos. Limpiar en el agua hirviendo, secar, recalentar si es necesario y repetir en el resto de los postres individuales o en toda la superficie de la fuente familiar. Y voilà, a disfrutar.
Una yapa
Después de una deliciosa crème brûlée puede sonar muy aburrido pensar en un smoothie, pero como hay momentos adecuados para todo, no me parece mal rescatar la idea de René de un desayuno muy nutritivo, energético, depurativo y bajas calorías.
El que el personaje prepara es uno verde. Lleva unas cuantas hojas de espinaca cruda y bien limpias, un kiwi (y yo me tomo la licencia de agregarle una naranja exprimida). Simplemente se pone todo en el vaso de la licuadora (o en el de la minipimer) procesar todo, servir en un vaso y beber. No hagan como Rosalie, que descarta esta preparación a escondidas, primero ¡pruébenlo!