Un potencial alumno me preguntó si tras las ocho clases de Escritura Creativa, él podría escribir un libro. Desorientado, le contesté que podría escribir antes de las ocho clases. No apareció más. Una alumna había elaborado a lo largo de poco menos de un año, unos siete u ocho cuentos que estaban en la categoría de borradores aceptables. Muchos de ellos a partir de consignas que le había dado. Al final de ese año dejó de venir, nunca retomó. Pero a los diez meses me llamó con una “sorpresa”: había editado un libro con esos siete u ocho borradores. Son tiempos de mucha ansiedad, sin duda.
No tuve oportunidad de contarle que Daniel Defoe fue siempre un comerciante con deudas que lo llevaron a la cárcel, con ocho hijos que demandaban comida y una agitada vida política. Esto fue lo que lo incitó a escribir panfletos pero por alguna misteriosa razón a los 59 años se juntó con la historia de un navegante abandonado en una isla y nació Robinson Crusoe (1719); quizás debamos recordar que es considerado uno de los padres de la novela inglesa.
¿Qué hace de una persona, un escritor o escritora? El escribir, sin duda. El publicar sigue siendo un accidente. No lo era para John Kennedy Toole que intentó durante años convencer a un editor para publicar La conjura de los necios; finalmente se suicidó. Su madre logró publicar el libro (1980). Once años más tarde le fue otorgado el Pulitzer.
Hay muchos autores que develaron su arte en su madurez. Laura Ingalls Wilder, la autora de La casa de la pradera, comenzó a escribir ya bien pasados los 50 años; publicó su primera novela a los 64 años. Al famoso Marqués de Sade sus libertinajes le impidieron escribir, luego, varios años de cárcel, fueros inspiradores. Publicó su primera novela, Justine o los infortunios de la virtud (1791) a los 51 años. Cuentan que Charles Perrault, un buen hijo de burgueses, se pasó la vida haraganeando y escribiendo aburridos discursos. Pero a los 55 años se enamoró de un género literario poco frecuentado: los cuentos de hadas. Escribió entonces Cuentos de mamá ganso (1697), y sabemos lo que vino después.
Quizás el caso más emblemático, y que me gusta citar, es el de Raymond Chandler. Este maestro del relato policial trabajó hasta los 44 años en una empresa petrolera. En la gran depresión fue despedido y mientras hacía cola por un nuevo empleo, compraba las populares Pulp Fiction que se vendían en los quioscos. Eso le dictó algunas ideas, y comenzó con su sorprendente vocación. Si bien publicó en revistas baratas, su éxito le vendría recién con El sueño eterno (1939), cuando tenía 51 años.
Muy simpática es la historia de un mecánico de bicicletas, carpintero, pescador de cangrejos, editor de poesía y tipógrafo, llamado Sam Savage. Debutó como escritor a los 65 años. Su primera obra fue The Criminal Life of Effie O. (que nunca encontré traducida). Su entrañable Firmin (2006), la novela de un literal ratón de biblioteca, publicada un año después lo conviritó en un escritor de éxito. Un creador sin ansiedades.