Timothy Dexter fue un personaje extraordinario, en cualquier sentido que se lo tome. De joven ya era “decididamente tonto” según sus contemporáneos, pero el hombre, a quien algunos llaman “Lord” con sorna, se convirtió en una de las personas  más ricas de Massachusetts. Dexter construyó su propia estatua, fraguó su temprana muerte y su excelsa mansión de rico marginado en Newburyport terminó siendo sede de la biblioteca pública de esa ciudad. Porque a pesar de ser analfabeto, escribió un libro insólito que rápidamente se transformó en un Best seller cuando esta palabra no atormentaba a los editores.

Dexter nació en 1748 en Malden, Massachusetts, en un hogar muy pobre donde ni siquiera fue escolarizado. A los 21 años se trasladó a Newburyport, un villorrio de escasos cinco mil habitantes donde se casó con una viuda, a la sazón rica heredera. Dexter se hizo famoso por que sus negocios siempre fracasaban. Uno de los tantos fue comprar una enorme cantidad de la antigua moneda colonial, totalmente depreciada después de la guerra de la independencia. Pero años después las relaciones con Inglaterra se restauraron y el hombre transformó esos papeles inservibles en una inmensa fortuna.

El audaz o ingenuo Dexter fue embaucado y compró dos barcos llenó con sartenes destinados a las Indias Occidentales, pero su capitán logró venderlos como cucharones a los productores locales de melaza sin siquiera salir del puerto. La fortuna se duplicó.

Dicen incluso que fue estafado con un cargamento de lana que pensaba vender en Siberia pero rumbo a Newcastle se topó con una huelga de trabajadores de carbón y terminó vendiendo la lana como combustible. Comerció cargamentos de Biblias y cuentan que hasta vendió gatos a las islas del Caribe. El dinero sin embargo no le había granjeado la amistad de sus iguales, los ricos de la región. Es que el pobre Dexter tenía hasta dificultades para deletrear su nombre.

En su mansión instaló minaretes, una majestuosa cúpula coronada de águilas doradas y un jardín de más de 40 estatuas de personajes célebres como George Washington, Napoleón, Thomas Jefferson y, por supuesto, él mismo. También construyó allí su mausoleo y curioso por saber qué diría la gente tras su muerte, anunció su fallecimiento y organizó su propio funeral. Las más de 3.000 personas que fueron a sus “exequias” descubrieron la farsa cuando su esposa se negó a llorar al “no muerto”.

A esa altura ya había escrito su primera y  única “obra literaria” que editó por sus propios medios. El libro titulado A Pickle for the Knowing Ones or Plain Truth in a Homespun Dress (“Un lío para los sabios  o La pura verdad con un vestido hecho a mano“)  refleja la propia dificultad del autor para armar una oración o quizás reafirma su condición de bromista que nadie había reconocido. Hubo otra traducción bajo el titulo de Un pepino de los que saben o la pura verdad de un vestido raído, más literal y menos comprensible.

El texto carece de argumento; está construido a partir de una cadena incesante de pensamientos que surgen a borbotones donde habla sobre sí mismo, y hace reflexiones y quejas contra los políticos, la iglesia y su propia mujer.

El libro tiene 8.847 palabras compuestas por 33.864 letras, pero carece de todo signo de puntuación. Además las mayúsculas se insertan aleatoriamente lo que dificulta seriamente su comprensión. Dexter distribuyó la primera edición entre sus allegados pero tuvo tanto impacto que se reeditó y alcanzó en su tiempo ocho ediciones.

Como dijimos, Timothy Dexter fue un personaje extraordinario. Quizás inimputable. Cuando algunos lectores se quejaron por la dificultad que presentaba el texto haciendo hincapié en la falta de signos de puntuación, el ingenioso Timothy agregó a la segunda edición trece páginas repletas de comas, puntos, paréntesis, signos de interrogación y exclamación para que el lector pueda “aderezar y salar (el texto) a su sabor”.

¿Bromista, genio o “un impostor inverosímil” como el Tom Castro, hijo de la imaginería borgeana?