Ciencia ficción. Un género fascinante que ha iniciado a más de uno en la literatura y el que siempre cae entre dos extremos. Literatura culta y popular. Ciencia ficción o fantástico. De mercado o de culto. La vieja ciencia ficción dura o la actual.

Pero qué importa todo esto si ella sigue acercando lectores e iniciando a muchos en la literatura. Creo que la ciencia ficción siempre encierra un viaje. Sí, aunque no hable de ellos concretamente. Un viaje que oficia de peripecia en nosotros. Peripecias que nos llevan a reconocernos en determinados libros, en determinados autores. Para eso está la literatura, para eso la ciencia ficción. Para hacer que te creas lo que te cuentan sobre lo ocurrido o lo probable.

Pero ¿de qué  hablamos cuando hablamos de ciencia ficción?

En 1851 el ensayista inglés William Wilson propuso el nombre Science Fiction (ficción científica) para referirse a las obras que había popularizado Julio Verne. Pero lo que hoy encerramos en el género había nacido mucho antes de tener su propio nombre. Finalmente, más adelante clasificaron las revistas que tenían como tema principal a la ciencia y a los científicos como ciencia ficción. Alcanzaba a todo aquello que anteriormente se encerraba en “utopías”, “viajes imaginarios” o “novelas filosóficas”.

Lo cierto es que la ciencia ficción alcanzó  a adentrarse en las múltiples posibilidades que encierran al hombre y a la sociedad. Sobre todo a sus formas y a sus peligros.

Pablo Capanna, quien del tema sabe bastante, sostiene que “es posible que toda la ciencia ficción gire en torno a unos veinte temas básicos que se repiten con escasa variaciones. Pero esto es tan cierto que podría aplicarse a la literatura o a la filosofía de todos los tiempos y, de hecho, no nos ayuda demasiado a entender al género. Ahora, siempre queda margen para la originalidad. Pero para lograrla se requiere cada vez más talento.”

Se considera a Frankenstein de Mary Wollstonecraft Shelley, como la primera novela de ciencia ficción. De ahí en adelante, casi por completo, su destino sería alertar mundos probables que conllevarían peligros para el Hombre y su entorno. Mundos probables generados por el mismo Hombre dominado, paradójicamente, por una cuota de deshumanización.

Pero, ¿cuál es el límite entre la fantasía y la ciencia ficción? Una vez más el profesor Capanna lo aclara con un ejemplo simple. En Drácula, la historia gótica de Bram Stoker, nos presentan un vampiro tomado de los cuentos folklóricos, pero en ningún momento se explica ni nadie se pregunta cómo surgió. Su lógica es la de la magia y su interpretación simbólica. Ahora en Soy Leyenda de Richard Matheson, los vampiros tienen su explicación, como todo a su alrededor. Es decir, la diferencia está en la cuota de verosimilitud que tenga el argumento de cada historia. Porque finalmente de eso se trata: de historias de ayer, de hoy o de mañana.

Carlos Gardini es otro de los referentes del género en nuestro país, aunque a él no le gusten muchas las clasificaciones. Lamentablemente no es un género  que se edite mucho por estas latitudes, pero recientemente, por iniciativa de la editorial local Letra Sudaca, dos trabajos suyos se han lanzado al mercado. Me refiero a La ciudad de los Césares (2013) y Belcebú en llamas, cuya publicación fue  informada días atrás por Revista Leemos. 

Mi primer contacto con Carlos Gardini fue a través de una antología de cuentos de ciencia ficción presentada por Isaac  Asimov. Él era su traductor y esos eran los primeros libros de mi primera biblioteca.

Con el tiempo, Gardini me mostró otras grandes creaciones, propias y ajenas, que hoy atesoro en mi memoria y en los estantes desde donde ahora me observan. Además, gracias a la generosidad de Letra Sudaca, pude también tomar contacto con él, charlar y aprender.

En uno de esos encuentros, recuerdo que me dijo, intentándome contar su método, “Los lectores siempre ven algo que uno no veía o no se proponía, hay como una señal que nos indica el camino. Que la vamos viendo de a poquito. Lo que uno busca al escribir es seguir esa señal que aparece por allí…”. Señales. De eso se trata. Tanto en sus cuentos, como en la última novela editada, Gardini emite señales para ser interpretadas por cada uno de nosotros. Gardini cuenta esas señales y nosotros las disfrutamos.

Sus narraciones tienen ritmo. Un ritmo muy particular que hace al estilo Gardini. “El ritmo va con la temática. El ritmo para mi es importante, la música del cuento es tan importante como la temática, es más una cosa no va sin la otra. Si uno quiere transmitir cierta magia tiene que haber un ritmo”, me dijo.

Es enemigo de las oraciones largas, según explica,  porque le interesa el aspecto visual también de la narración. Argumenta que la oración larga puede ser cansadora y no necesariamente más profunda. “En definitiva la brevedad le da más intensidad” dice.

Como uno de los referentes de la ciencia ficción, en toda entrevista que se le hace,  debe responder  a la pregunta sobre la distinción entre el género fantástico y la ciencia ficción. Una pregunta que ya esta altura de la historia, creo, atrasa. “Sí, yo creo que a veces se le presta demasiada atención a eso, existen los géneros, pero yo siempre insisto en lo mismo, los géneros existen para orientarnos, como una etiqueta que en la biblioteca o en las librerías nos guía, pero de ahí a transformarlo en una especie de cosa sacrosanta  que uno debe respetar, no sé. Los géneros en realidad marcan determinadas reglas, trazan ciertas normas y uno lo que quiere hacer es romper ciertas normas. Yo no creo mucho en las fronteras de los géneros”, me explica.

Y los géneros se cruzan en sus narraciones, así como distintas referencias  y sus propias lecturas. Por ejemplo, en la novela Belcebú en llamas,  uno encuentra (y él me confirmará luego) que El corazón en las tinieblas de Conrad está allí.

Belcebú es un mundo condenado. Su origen se remonta a un gran experimento y aquellos que lo hicieron deciden destruirlo, pero antes quieren averiguar ciertos secretos de él. Ahí entra el protagonista a desarrollar la historia, su historia,  mientras viaja río abajo por ese mundo. Pero a su vez hay un viaje dentro de ese viaje. Uno introspectivo en ese Ser arrojado al mundo. Como en la de Conrad, como en Una excursión a los indios Ranqueles de Lucio V. Mansilla,  el protagonista se encuentra como Ser en ese lugar. Como ser ahí. En la novela, Quinto es una especie de asesino profesional que pertenece a cierta secta monástica y ha entregado su vida a ella. Él tendrá la misión de rescatar dichos secretos, pero la sombra de quién fue lo aqueja y lo lleva a replantearse sus días.

En el caso de La ciudad de los Césares, todos los cuentos se dan a la orilla del mar. Los protagonistas buscan algo. O mejor dicho, encuentran algo, que no es lo mismo, y ese algo les cambia la vida. Se trata de la primera compilación de sus cuentos en los últimos 30 años. Todos ellos andaban sueltos por ahí. En internet, en antologías, en revistas. Hoy todos juntos parecen haberse hecho como un todo. “Digamos que surgió porque uno es así. Yo comprobé al armar el libro que había líneas que se seguían, obsesiones que habían seguido a lo largo de los años. No fue deliberado, hubo una cierta coincidencia en que muchos de los cuentos están orientados a la orilla del mar, bueno, entonces había cierta justicia poética en que se editara en Mar del Plata el libro, me cuenta.

Le pregunto si la ciencia ficción debe ser anticipatoria.  Gardini piensa. Se toma su tiempo y dice, “La anticipación en la ciencia ficción no es algo que yo enfatice demasiado. No creo que sea la función, en definitiva es una literatura. Por supuesto, algunas cosas las anticipó, otras cosas se anticiparon mal, en muchos casos fueron ideas inspiradoras. Se proyecta mucho el presente pero el futuro sigue siendo un territorio muy desconocido. Para mí la mayor virtud de la ciencia ficción es construir mitologías y no anticipaciones”.

La ciencia ficción nació enmarcada en el realismo. Luego fue rompiendo con este hasta llegar a la actualidad. Como dice Gardini, no le pidamos anticipaciones o respuestas. Después de todo, no es su función. Ni la de la literatura. Disfrutemos de sus mitologías que nos invitan a pensar y repensar, así como  a renovar la capacidad de asombro en cada uno de nosotros.

 

*Bernabé Tolosa es periodista y profesor de Lengua y Literatura de la ciudad de Mar del Plata.

@bernabetolosa