Muchos saben, porque la leyeron, que la trilogía 50 sombras de Grey funda su éxito en su alto nivel erótico. Tanta curiosidad (y pasión, podríamos decir) despierta el tema que los tres libros de la británica E. L. James vendieron más de 100 millones de ejemplares en todo el mundo. Es que la cuestión erótica es algo que hurga en las pasiones de los humanos desde que Adán mordió la manzana de Eva.
La cultura occidental reconoce en la comedia Lisístrata, la primera obra maestra del erotismo antiguo. Representada el año 411 antes de nuestra era, cuenta la historia de una rebelión de mujeres atenienses, con el propósito de convencer a los hombres de poner fin a la guerra, en este caso, la del Peloponeso. Para ello, deciden “producirse” con las mejores galas. Pintadas y perfumadas y con túnicas transparentes se presenta exigirles firmar la paz. La excitación que generan entre los hombres es fenomenal. Pero advierten: hasta que no se firme la paz se negarán a hacer el amor con sus parejas. Otro tanto sucede con el bando contrario, los espartanos.
Lisístrata alecciona sus seguidoras con una suerte de “Protocolo” que reza, por ejemplo: “Ningún hombre, ni amante, ni marido, se acercara a mí en erección”, pero deja un resquicio: “Y si a pesar mío me hace violencia, me prestaré de mala gana sin empujar con él”.
En caso de ser forzadas, dice el “reglamento”, se comprometen a “no elevar al techo las sandalias pérsicas”. La acción es dinámica y singularmente divertida porque las propias mujeres se sienten tentadas de violar (por decirlo de alguna manera) el pacto. Los hombres son presa de la locura: un guerrero entra gritando “Estuka”. Es decir: “La tengo empinada”. Un heraldo que sorprende a un socio en “mal estado”, le abre la capa y le grita: “Estas en erección”. Hacia el final, concedido el pedido de las mujeres, los hombres, aun los ancianos, se abren las túnicas y muestran su entusiasmo encaramado.
La pieza es de un erotismo explícito casi insoportable (pocas veces representado con esa crudeza). Sólo el genio de Aristófanes transforma las obscenidades en un decir suntuoso. Los estudiosos comentan que en el original nunca pronuncia el verbo “copular”, lo sustituye por analogías como: vendimiar, escardar, cavar, romper los terrones… recoger el higo… Hasta inventa una larga palabra, impronunciable aun en griego, que se traduce como “Clavar tres veces el venablo”, metáfora que no necesita explicación.
En otra obra, La Paz, acuña el termino proktopeneteteris para describir las nalgas de Theoria. La traducción seria: “Un culo de los que se encuentran uno cada cinco años”. El pene adquiere en Aristófanes varios apelativos: clavo, toro, garbanzo. Cuando se refiere al sexo de la mujer, habla de la golondrina, el erizo o el vellón.
Aristófanes vivió entre los años 450 y 385 antes de nuestra era. Poco se sabe de su vida. De sus cuarenta comedias solo se conocen once. En todas se destaca el uso ingenioso del lenguaje, a menudo incisivo y sarcástico. En La Asamblea de las Mujeres, repite de alguna manera el argumento de Lisistrata. En un controvertido dnu, la protagonista Praxágora determina: “No se permitirá a las mujeres acostarse con los bellos y altos sin haber concedido antes sus favores a los feos y petizos”. Otro tanto rige para los hombres jóvenes. Esto genera una ristra de situaciones graciosas mezclando a jóvenes con viejas. Y viejos con jovencitas. Aristófanes, procaz e incorregible, se buró asimismo del ideal griego del cuerpo “perfecto”, y le dedicó una de sus befas: “El pecho fuerte, la piel brillante, los hombros anchos, la lengua corta, el culo grande y la polla pequeña”.