¿El paraíso y el infierno pueden estar localizados en el mismo lugar?

Federico Aliende publicó hace poco su segundo libro, Infierno verde, en el que propone, por medio de la ficción, una respuesta posible para esta pregunta. A través de una crónica de las expediciones españolas por el Amazonas, el abogado y escritor marplatense construye a un religioso integrante de la avanzada de Francisco de Orellana en un personaje literario que atraviesa la selva y, a medida que desciende por el río, recorre también un camino de tortuoso descubrimiento.

Pero no se trata simplemente de una ficcionalización de la conquista del Amazonas, debidamente documentada. Infierno Verde es, también, una forma de actualizar esa fascinación hipnótica que produce la selva: todo comienza con un reconocido escritor, obsesionado con la jungla, que desaparece luego de saltar al río. Entre sus pertenencias se encuentra un diario desconocido hasta entonces aparentemente escrito por Gaspar de Carvajal, el clérigo en cuestión que en el siglo XVI formó parte de la expedición encabezada por Orellana.

Ese llamado, ese deslumbramiento que la selva produce, a veces es una enfermedad y a veces es sentido de vida.

Con un café de por medio, al aire libre y a la expectativa de más anuncios sobre restricciones, en mi encuentro con Federico Aliende la pandemia se cuela constantemente. Y es un poco inevitable con un autor cuyo primer libro se trataba de un apocalipsis. Pero él me dice que, desde su perspectiva, este nuevo libro “está más cerca de lo que está pasando ahora que Labios del fin del mundo. Porque tiene que ver con esto de parar un poco la movida y ver para dónde estamos yendo como humanidad. Y, además, el viaje del protagonista por el Amazonas: a medida que van avanzando se va volviendo todo bastante surrealista ¿Esto está pasando realmente? Y es un poco la sensación que tenemos con el coronavirus, ¿no?”.

¿Cómo fue el proceso de trabajo para llegar a Infierno verde?

Lo escribí antes de la pandemia y en la cuarentena pude activar todas las revisiones, la corrección y el primer texto, que es el que conecta todo. Digamos que me sirvió más para hacer el ensamble final. Mientras tanto estoy escribiendo otro libro, y con ese pude ir viendo los temas. Pero tenía que sacarme esta selva de la cabeza. Y salió a la luz en medio de la pandemia. Fue medio raro el proceso. Yo pensaba que era el último coletazo, que me iba a dejar algo. Para mi eso es interesante: haber podido crear algo en medio de todo este desastre.

El libro tiene una estructura bastante audaz. Hay registros diferentes, diferentes narradores que al principio te hace ir a los tumbos, pero el diario de Gaspar lo vuelve todo muy ágil, a veces vertiginoso, aun cuando él nos habla en un lenguaje raro…

Si, en esencia es un libro en un formato de crónica, pero como decís es un lenguaje medio raro, que no es español antiguo porque si lo hacía en antiguo no se iba a entender nada. Pero tampoco está pasado al español completamente actual. Hay como una especie de solemnidad que está dando vueltas y yo quería que eso se sostuviera. Que se entienda que estoy leyendo algo antiguo pero lo puedo comprender.

¿Cuándo te diste cuenta de que querías escribir un libro sobre esto?

Yo estuve en Iquitos en 2014, ahí surgió el cuento (que forma parte del libro). Antes había ido a Manaos y ahí ya me había quedado el tema de la selva dando vueltas. Pero fueron de esas vacaciones en las que te terminás preguntando “¿Por qué estoy acá?”. Estuve como 15 días y, al volver, tenía esa necesidad. Y fui a Iquitos porque quería ir al lado peruano del Amazonas, y otra vez me encontré preguntándome por qué estaba ahí. Yo creo que es ese chip atávico de lo salvaje que algunas personas tienen y a mi se me despertaba ahí. Así que me pareció que tenía que hablar, para que no ataque tanto por las noches (risas).

Y Gaspar de Carvajal y su misión secreta, ¿cómo se enlaza con todo esto?

Había leído el diario de Gaspar, lo estudié, investigué con libros complementarios. Busqué información de historiadores del Amazonas. Leí otra versión, que no lo escribe él de puño y letra, sino que es un historiador que escribe en base a lo que él le cuenta apenas llega a Venezuela. Y pude armar todo esto y después sí novelar esa misión secreta, que para mi fue como volver un poquito a la ficción.

A Gaspar de Carvajal yo lo alineo con Bartolomé de las Casas, que en su momento tuvo el gesto de reconocer que los indios tienen alma y a partir de todo su movimiento, unos años después se termina (en los papeles) con la posibilidad de esclavizar a los indios. Pero también pensando en estos dos matices de la conquista: la cruz y la espada, a veces la religión oponiéndose al poder militar, pero en general trabajando juntos. Y, además, me parece fascinante que en esas expediciones tenía que ir un religioso y un notario para que quede todo asentado. Porque evidentemente eran lo más burocrático que había.

Es un libro difícil de encasillar en un género. Porque mayormente el registro es de crónica, yo pensaría que es aventura, pero también tiene un tinte fantástico que me parece que tiene que ver con tu propio estilo.

Si, muy realista no soy. De hecho, lo que estoy escribiendo ahora es un poco policial pero enmarcado en la ciencia ficción. Creo que me muevo bien por ahí, no sé si cómodo, pero soy más creativo en un mundo caótico, medio en destrucción.

Pero también en esto de indagar en diferentes dimensiones. En Labios del fin del mundo estaba el personaje de Oliveira que visitaba al protagonista y en este caso está toda esa dimensión mística de la tierra, de una divinidad ancestral…

Si, es cierto. Es como que hay un personaje más ahí que le habla a Carvajal. Y es inmaterial, como Oliveira en Labios…. Yo quería que también genere la posibilidad de que el lector se pregunte si es un elemento de lo fantástico o si los tipos se están volviendo locos. Buscar llevar a los personajes al límite de la superviviencia es algo que me atrae mucho, pero Gaspar lo necesitaba para darse cuenta de muchas cosas (risas).

¿Te implicó un desafío pensar en esta especie de paraíso en el infierno?

Fue difícil, me pregunté mucho cómo graficar el paraíso porque no hay nada más personal que el paraíso. Ahí tenían que funcionar varias cuestiones, tenía que ser muy significativo en la historia particular del personaje pero también había que hacer reaccionar a todo lo que estaba alrededor.

Esta era gente buscando una especie de redención porque, en general, las personas que integraban las expediciones españolas no tenían nada que perder: o eran presos, o sin títulos nobiliarios, gente muy pobre, sin oficio. Y los esperaba acá una gran incógnita, pero podrían pensar “si nos sale bien, nos llenamos de oro”, y no la dudaban. Pero llegaron y se encontraron con otras cosas, verlos reaccionar frente a eso, no sólo lo desconocido, también ponerlos al límite de sus propias creencias es algo que me atrae. Me gusta esa tensión.

@trianakossmann