Título: La estirpe

Autora: Carla Maliandi

Editorial: Literatura Random House

Género: Novela realista

De qué va: Una escritora sufre un golpe en la cabeza en la celebración de su 40° cumpleaños y padece una aparente amnesia que, entre otras secuelas, le impide asir la densidad de sus propias palabras. De a poco busca reconectar con su familia y el libro en el que estaba trabajando antes del accidente y donde buscaba reconstruir la memoria familiar sobre un episodio que involucraba a su tatarabuelo y una niña indígena. El hombre había participado en la Campaña del Chaco como director de orquesta durante la conquista, acompañando con la música a las milicias en sus cruzadas. El cuarto en el que esta escritora acopiaba documentos y objetos de su investigación se le revela un territorio desconocido, al igual que su propio lenguaje, su memoria y su identidad.

Alta data: La autora es dramaturga y directora teatral, además de docente en la disciplina en la Universidad de las Artes. Las escenas detalladas sin estridencias retóricas, la capacidad de describir con dos o tres pinceladas el estudio de la protagonista, las secuencias en la plaza o en el grupo terapéutico al que asiste la mujer, son rastros exquisitos de ese minucioso trabajo con la construcción de atmósferas y escenarios que el teatro suele reflejar.

Buena interacción: La distancia y la extrañeza que logra Maliandi con las palabras de la protagonista y la imposibilidad de confiar en su propia percepción de los significados, me recordó, aunque a una distancia prudencial, a El jardín de vidrio, de Tatiana Tîbuleac, en el que una niña moldava es adoptada por una mujer rusa y vive y crece en conflicto con su lengua y su cultura. Allí también está presente la incomodidad de decir.

Libro que si: Esta novela es perfecta para quienes aprecian la literatura pausada y que a la vez habilita diferentes lecturas y dimensiones de la interpretación. Además, es un libro corto (142 páginas), con escenas y momentos que se distinguen claramente, sin grandes complicaciones o saltos narrativos y que a la vez invita a volver sobre sus páginas. Un lenguaje sencillo, muy profundo en torno a la memoria, la épica familiar y la capacidad de repensarla y contarla.

Libro que no: A quienes buscan una opción literaria para los sábados de superacción, no es por acá. Esta es una lectura para un sábado libre, claro que sí, pero la adrenalina no está en los hechos que narra ni en las vicisitudes de los personajes. La acción es lenta y está llena de matices. Que el detalle de “La revuelta del malón”, la pintura de María Pinto que ilustra la tapa, no nos confunda: no hay persecuciones y correrías, más que las de las palabras que se escapan y dejan de significar; como tampoco hay muchos juegos, más que los que la autora pone como desafío al discurso de la protagonista.

Signo de exclamación: Si bien no es una historia graciosa en los términos en que podría entenderse el humor, hay momentos de la narración que resultan abiertamente cómicos. Los ribetes ridículos que adquieren las situaciones que buscan contarse con palabras vaciadas de sentidos y las reacciones de la protagonista intentando lidiar con esa desconexión que vive entre las palabras y las cosas, le suman a esta novela una dimensión que no es sencilla de lograr cuando los hechos que se narran no son divertidos. Es un gran punto a favor.

@trianakossmann