En una de sus magníficos poemas, Jorge Luis Borges describe: “eres, bajo la luna, esa pantera / que nos es dado divisar de lejos”. El poema “A un gato” resume ese curioso vínculo entre escritor y felino. Quizás aquellos que escriben en el silencio de la noche, solo admiten la presencia discretísima del gato, que no sabe de perturbaciones, que se escurre en las sombras, que ablanda todo lo que pisa.
El gran poeta francés Charles Baudelaire escribió: “Los amantes fervientes y los sabios austeros / adoran por igual, en su estación madura, / al orgullo de casa, la fuerza y la dulzura de los gatos. / Amigos de la ciencia y la sensualidad”. El poema se llama, claro, “El Gato”.
Es sabido que Julio Cortázar era también un amante de los gatos. El más famoso se llamó Adorno, en homenaje al filósofo Theodor Adorno. Por qué le puso ese nombre lo cuenta en “Más sobre filósofos y gatos” incluido en La vuelta al día en ochenta mundos (1967). También aparecen estas criaturas en “Orientación de los gatos” en el libro Queremos tanto a Glenda.
Una de las casas más conocidas de Ernest Hemingway, que compró su mujer Pauline, está en Key West (Florida). En los estudios fuera de esa cada escribió algunos de sus trabajos más conocidos, como “Por quién doblan las campanas“. Convertida en un monumento, la casa alberga alrededor de 50 gatos, todos descendientes de un curioso gato de seis dedos que le había regalado un marinero. El escritor llamaba a sus gatos con nombres de personas, famosas claro. Dijo alguna vez Gabriel García Márquez que el cuento “El gato bajo la lluvia” fue el mejor relato de Hemingway.
El autor de La Guerra de los Mundos, H. G. Wells tuvo un célebre gato que se llamaba “Mr. Peter Wells” y el dramaturgo norteamericano Tennessee Williams tenía especial afecto por “Topaz”. Cuentan que las hermanas Charlotte y Emily Brontë tuvieron un gato llamado “Tiger” que pasaba los días jugando entre los pies de Emily.
Cuando Charles Dickens, el autor de Historia de dos ciudades descubrió que su gato “William” estaba “preñado”, cayó en la cuenta de era hembra, por lo cual pasó a llamarse “Williamina”. De entre la múltiple cría, el escritor inglés se quedó con un pequeño gatito, esta vez macho, que llamó “Master’s Cat” y se transformó en su infaltable compañía.
Como sabemos Edgar Allen Poe tuvo –entre decenas- un texto memorable, cuyo protagonista es un gato muy antipático con un solo ojo. Dice que la inspiración le vino mirando a su gata “Catarina”, que solía descansar en su hombro mientras escribía. Esa inocente, dio pasto a “El gato negro”, un relato espeluznante.
Cuentan que Víctor Hugo tenía dos gatos, pero uno de ellos no le caía nada bien. ¿Por qué lo tenía? Vaya uno a saber. El “antipático” se llamaba “Chanoine” y el bueno de la película se llama simplemente “Mouche”
El autor de El Gran Gatsby, F. Scott Fitzgerald, tuvo una relación conflictiva, apasionada y eterna con la bella Zelda. Con quien no tuvo problemas fue con su gato “Chopin”. Al parecer compartían el amor por la música.
Alejandro Dumas tenía un gato llamado “Le Docteur” y Mark Twain tuvo una decena. Lord Byron, el autor de Don Juan, tuvo cinco gatos, algunos llegaron a viajar con él. El más famoso se llamó “Beppo”, nombre con el que Borges bautizó el suyo.
Por las imágenes que quedan de él, T. S. Elliot parecía un hombre muy reservado, hasta huraño. Sin embargo le gustaban los gatos y a todos nombra de manera curiosa: George Pushdragon, Noilly Prat, Pattipaws o Pettipaws, Tantomile y Wiscus. Esta tarea de bautizarlos le llevaba tiempo pues, según decía, los gatos tenían sus propios nombres más allá del que uno les endilgara. Eso lo explicó en su poema “Poner nombre a un gato”: “Pero hay un nombre secreto / que nadie puede acertar, / que sólo el gato conoce, / el gato, y ninguno más. / Cuando le veáis sumido / en honda meditación, / es porque está meditando / en la escondida razón / del nombre especial que tiene: / nombre inefable y efable, / nombre secreto, recóndito, / profundo, inescudriñable.”