Una mujer atemporal reposa descalza sobre la arena marplatense. Libros eróticos abiertos bajo el ardiente sol art nouveau, un pañuelo vanguardista protege sus ideas, y una sombrilla de respeto cuida su piel auténtica. Ella no te mira, no te juzga es con la literatura libertaria con quien tiene una sensual relación.

La imagen de nuestra Eroteca surge como inspiración de “la vie parisienne-art prin”-(1920). Aquí te invitamos a explorar la literatura erótica como espacio verbal que vindica el deseo.

Las palabras captan los sentidos y se filtran en la piel del lector. Esta exquisita relación que se establece no es sexo impreso. La pluma de algunos autores y autoras logra un espacio que solo en sueños pudimos alcanzar: placeres privados, saberes de la sensualidad, goces, perturbadores personajes, apetencias… Son la ruta de acceso a lo erótico.

Cierto es que existen relatos encendidos en cuentos, poemas, novelas que carecen de valor en ese sentido, aun cuando algunos atraviesan momentos de esplendor literario.

En otros casos, la palabra da cuenta de la dimensión lúdica del sexo, donde las combinaciones posibles son innumerables. Esa emancipación de placeres con eficacia narrativa logra un efecto fascinante.

Por ejemplo, en El amante de Marguerite Duras, la sumisión de la palabra en el trance sexual logra un silencio erótico perfecto. En Rayuela de Cortázar, la lengua es el enlace: inventan una manera de amarse con lengua propia, el gíglico, compuesto por palabras nuevas provistas de connotación sexual.  En Los cuadernos de don Rigoberto, Mario Vargas Llosa relata el goce sin prejuicios ni condiciones.

Leer literatura erótica es una forma única de relacionarnos con el placer. Estos libros no deberían guardarse en el rincón más recóndito de la biblioteca, donde serán hallados sólo ante la insistente curiosidad con promesa de aventura. Estantes accesibles reivindican la libertad por sobre lo prohibido en la sexualidad.

 Celebremos, entonces, la sensualidad de la lengua.

Por C. Guido  · cguido@revistaleemos.com