Lee en voz alta algo de lo que trajo escrito: hojas arrancadas de un cuaderno anillado, papeles arrugados con los márgenes surcados y una caligrafía muy prolija. En su voz hay una cadencia, una entonación, un estilo muy entrenado que, puedo distinguir, viene de la poesía, de métricas antiguas. Como si lo hubiera leído mil veces, casi podría estar recitando de memoria. Lo hace como un performer: se posiciona de cierta manera, sostiene las hojas con dignidad, muestra respeto con todo el cuerpo frente a lo que está a punto de hacer: leerme un fragmento de su libro inédito El velorio de los vivos.
Maximiliano Cisneros tiene 33 años, dice que pasó diez años preso, que hace dos que salió. Pero cuando me cuenta su historia explica que entró por primera vez a un instituto de menores a los 13 años, que entraba y salía y que una vez estaba pronto a salir pero hicieron un motín “con otro montón de indios” y ya no salió más. A los 19 vio la calle de nuevo y a los 20 entró al Complejo Penitenciario de Batán, primero a la Alcaidía 44 y después a la Unidad Penal 15: “me agarraron con un arma, iba al barrio Libertad a ver a una chica y me paró la policía. Terminé en cana por un polvo”, se ríe.
Su familia es de Azul, llegó al Barrio Jorge Newbery de Mar del Plata cuando él tenía 8 años. “De ahí soy, de ahí vengo, mis amigos, mi calle. Ahí vive mi mamá”. Le pido que me cuente su historia.
–¿Mi historia? Siempre fui delincuente. Yo creo que mi primer robo fue a mi papá. Después le robaba a la maestra, me le acercaba con la tarea y le metía la mano en el bolsillo, y si había algo, había. En el Jorge Newbery conozco a mi compañero de toda la vida, Agustino. Tiene un año más que yo, está en cana. Jugábamos a la bolita, a la escondida, empezamos a chorear, a robar bicis, un cricket al vecino. Esas cosas. Después nos matan a un compañero: sale un pibe del penal y salimos a robar con él. Nosotros éramos guachitos y teníamos armas. Ya fue, cuando empezamos a robar de esa forma no paré nunca más. Cuando me quise dar cuenta tenía 31 años y estaba en cana hacía una banda, había pasado como por 22 penales.
–¿Y los libros? ¿En tu casa había libros?
-Si, obvio. En la casa de la mamá de mi mamá. Rubén Darío, Neruda. Mi abuelo y mi abuela eran escritores. Yo como a los cuatro ya leía y escribía, me enseñó mi abuela. A los cinco años ya escribía cartas limadas, cartas suicidas y un día me las encontró mi mamá y me cagó a palos.
Mi abuelo, que murió en el 2005, me transmitió el italiano y, sobre la marcha, me metió Pablo Neruda, José Martí. Creo que el primer libro completo que leí fue Siddhartha. Yo decía “¿Para qué me hacen leer esto?” Y escribía poemas para las chicas. Siempre escribí, aunque desde los 17 hasta los 23, más o menos, no escribí casi nada. Habré escrito dos o tres poemas. O muchos poemas: poemas drogado, poemas borracho, poemas de sexo, de un montón de cosas. Y a la par robaba. Yo vivía de robar: tenía mi coche, mi moto, mi casa, la piba que había elegido para estar conmigo, nos elegimos.
Tengo cajas en mi casa llena de cosas escritas a mano, porque hace dos años que empecé a escribir por computadora. Toda mi vida escribí a mano, hojas sueltas, cuadernillos.
Adentro
¿Cómo escribiste El velorio de los vivos?
-Me llevó tres años en la cárcel. En cada estación empezaba un capítulo nuevo. Lo empecé un día que vino mi vieja a visitarme, me trajo un atado de Phillip Morris, le hicimos pasar una tortilla de pastillas, y me llevó un cuaderno largo que había sacado del negocio de mi viejo. Y mi psicoanalista me dijo por qué no veía lo bueno de escribir, “¿En serio vos decís que escriba?”. Ya pasaron 8 años escribiendo sin parar. No me daba cuenta de lo que escribía en ese momento, era como una denuncia. Cuando empiezo a entender la concepción del trabajo de campo, que yo era parte, que que yo fuera chorro era rentable para otros. Y cuando empiezo a escribir, a mi me cambia esa idea, me modifica. El velorio de los vivos se trata de la cárcel, asesinato, suicidio, no puedo decir que escribí sobre violaciones pero sí sobre violadores, que han violado acá (afuera) y que terminan en los pabellones de evangelistas predicando.
¿A quién le sirve que vos seas delincuente?
-La cultura de la criminalidad es ejercida por poderes fácticos. Tiene que haber criminalidad para que ciertas cosas funcionen: el poder judicial, el legislativo, todo. El monopolio de la criminalidad lo tienen estos poderes. Es preferible que haya pibes que roben porque el delito produce inseguridad en la población, la inseguridad se reproduce en seguridad. Esa es la ecuación: la inseguridad produce seguridad y al producir seguridad ejecuta esos poderes, esa dominación. Hay un 98% de posibilidades de que la gente que está adentro de la prisión ahora vuelva a reincidir, inclusive yo.
En la Provincia de Buenos Aires, cada cárcel vieja tiene al lado una nueva. Son 59 penales. La 15 (UP Batán) tiene un sistema de docilidad: el preso maneja al preso, la policía no hace mucho. Vos vivís bajo un sistema, un adoctrinamiento. Te termina adoctrinando y ahí es, como dice Marx, el propio sistema te hace proletariado. Vos pensá que la cárcel te saca, en promedio, 15 años de vitalidad. La cárcel necesita eso: carne, cuerpo humano. Ese cuerpo es succionado durante 15 o 20 años, por generaciones, porque en general los pibes están eso, 12, 15, 20 años, pero después se ponen las pilas. Y cuando yo empecé a investigar eso, me doy cuenta de que estaba haciendo un trabajo de campo en las cárceles de la provincia. Para entonces yo ya era un pibe conocido como el escritor.
¿Ese fue el momento en que decidiste que podías vivir de otra manera?
-No sé. Cuando salí. Me dan la libertad la noche del 10 de diciembre de 2019 y termino caminando con mis libros por atrás del Hospital, la luna, mi sombra, los libros y yo. Caminando con una mochila llena de libros, porque toda mi colección que tenía en la cárcel, la tengo acá. Y justo en ese tiempo estaba leyendo El caminante y su sombra. Salí con un libro de Nietszche.
¿De dónde sacabas esos libros? ¿Cómo llegaste a ellos?
-No sé, de donde podía. Un día había una pava y un libro arriba. ¿A ver? Foucault. “Escuchame, te doy una remera por esto”. Lo leí. Me iba dando cuenta de que había otra clase de libros y los fui consiguiendo. Les re robé a los maestros de la secundaria, que la terminé en la cárcel. Me llevaban los libros y no se los devolvía. Conseguí Historia de la locura, muchos y me los quedé.
Empecé a estudiar Derecho, conozco a mi profesora María Julia Amilcar. La chabona la tiene re clara con el tema de la literatura, pero mal. Ella da Derecho en contextos de encierro. Un día me preguntó qué hacía ahí. Yo ni había terminado el secundario y ya iba a sus clases. Pero iba por los libros. Era el único que leía todo. Los pibes me miraban raro.
Pero María Julia descubre en mí que yo era escritor. Se dio cuenta inmediatamente que me gustaba leer. Ya había leído a Marx, conocía a Maquiavelo. Ella me empezó a traer escritores copados, y se rescata de que yo era lector y empieza a instruirme en libros. Me traía novelas negras. Ahora me acuerdo de una novela que leí que era en unos monoblocks en Holanda. No me acuerdo el nombre del autor, viste que siempre está el detective, y me acuerdo de los monoblocks de Holanda y yo no conozco Holanda. Pero yo estaba adentro de una cárcel y estaba en unos monoblocks de Holanda. Todo, como dice Borges, a través de la literatura. Y entonces fue como que en ese año se me disparó la mente. Y cada vez escribía mucho más, cada vez pasaba más tiempo escribiendo. La literatura me salvó. Como dijo Simone de Beauvior, que los libros la salvaron de la desesperación, a mi los libros me salvaron de la muerte. De la tumba.
¿Pensás que si no tuvieras los libros en tu vida seguirías robando?
-No puedo decir eso porque los libros existen.
¿Por qué no buscás que la gente te lea?
-No sé, no quiero. Creo que me van a leer después de muerto. No creo que tenga sentido ahora. No pienso eso. Escribo y no pienso quién lo va a leer. Los burgueses. Los pibes de la villa probablemente no. Una vez una piba me preguntó para qué público escribía. No le respondí y de esa pregunta salió un capítulo: “Para todo público”. Yo ahora estoy cómodo y en breve se va a romper esa comodidad, pero creo que eso busco, estoy todo el tiempo buscando ese dolor.
Afuera
Hace poco más de dos años que Maxi Cisneros dejó la cárcel y empezó a hacer trabajo territorial a través de diversas organizaciones que conoció adentro del penal. Con el Obispado visita a los chicos y chicas en los Centro de contención de Menores (“¿Qué centros de contención? Son penales chiquitos”, aclara). También, en el marco del trabajo del Movimiento Evita participa de acciones en diferentes barrios de la ciudad con chicos y chicas en situación de vulnerabilidad.
Además, consiguió permisos para entrar a otras cárceles, como las de Sierra Chica, Azul, Bahía Blanca en donde busca participar de actividades para incentivar a la lectura. Desde hace algunos años en los penales de la Provincia se implementa un programa de “Pabellones literarios para la libertad”, donde la convivencia de las personas privadas de libertad está reglada y atravesada por los libros, la lectura, la alfabetización en general. Esta iniciativa no estaba del todo constituida cuando Maxi estaba encerrado, se enteró de su existencia por una reunión casual con el juez Roberto Conti de Lomas de Zamora quien le propuso que se incorporara al programa: “tenía que hacer una capacitación, y yo no cumplo reglas”.
¿Qué cambió en tu escritura desde que recuperaste la libertad?
-Ya no puedo escribir como en la cárcel. Acá es totalmente distinto, es otro tiempo. Acá tenés que levantarte y hacer plata porque soñar con los libros está re bueno, yo soy escritor, mi familia se ríe pero sabe que soy escritor, pero las letras hoy solamente me dan vitalidad, me dan más que cualquier otra cosa, pero dinero no. Y creo que este sistema es eso lo que hace: te hace preocupar por otras cosas y no te hace sacar las virtudes, sacar lo que vos sos. No he escrito mucho. Terminé una novela hace unos días, una novela animada, de un chabón que termina viviendo en la casa de una piba, re burgués, está re loca. Pasan un montón de cosas. No tiene título y no se la mostré a nadie.
¿Cómo te adaptaste al afuera?
-Desde que empezó el año ya vengo dejando tres trabajos. Tengo obligaciones, voy a ser padre de nuevo, voy a tener un bebé con mi compañera. Hay un montón de cosas que necesitamos, se necesita un ingreso fijo. Yo con vos hablo de literatura, pero hace dos semanas que no hablo de literatura así. O leo mis cuentos.
Peo personalmente no necesito nada, solo necesito un trabajo que me permita también dedicarle mi tiempo a las letras. Tengo muchas perturbaciones pero la literatura me ha estado salvando. Igual no me pela nadie. Me pelan más los chorros por haber robado que otra gente por haber escrito. Me dicen “tenés un don”, qué se yo si es un don. Yo solo puedo escribir. Yo estoy atormentado, a mi me atormentan las letras, sinceramente.
¿Si no estuviéramos atormentados nos interesaría el arte, la literatura?
-No. Yo no podría, no sé. A mi la cárcel me hizo mal, me lastimó. Yo viajé por 22 penales, no estaba en los pabellones de trabajadores, lamentablemente. Quiere decir que siempre estuve de acá para allá y que todo lo que escribí lo escribí con hambre. No tenía ni papel para el culo, ni pasta de dientes. Imaginate. Mi familia me compraba tarjeta para hablar por teléfono nomás, de vez en cuando, y yo la gastaba en alguna chica que me sacaba un rato de ahí. Lo demás fue todo hambre. La policía no me quería porque siempre andaba de acá para allá, era un nómade adentro de la prisión. Me agarré el odio de la policía y creo que fue una de las mejores cosas que me pasó porque ahí pude escribir bien, ahí pude entender que lo que estaba escribiendo era sentido.
¿Escribir es como exorcizar esos demonios?
-Yo hablo con mis demonios. No, demonios no. Son los espíritus de los muertos que me vienen a visitar. Hay un montón, muertos que están por ahí volando. Esto (señala el papel) está lleno de muertos.
Antes de despedirnos Maxi me pregunta mi historia, a qué me dedico, cómo es mi trabajo, por qué lo hago. Me pregunta por qué vine a vivir a Mar del Plata, soy más sincera de lo que debiera. Me pregunta si pensé en matarme, soy más sincera de lo que quiero. Le pregunto si él en tantos años de cárcel pensó en matarse. Me dice que no, pero inmediatamente agrega: “aunque mi abuelo se mató, se voló la cabeza. Yo era chico. Con el dedo del pie se voló el cerebro con una escopeta. Así que seguramente yo también me termine matando. Seguramente mi vida terrenal termine así. Seguro en el futuro me termine matando, pero no sé qué es el futuro. No me preocupa morir. Pero si yo me muero mi vieja se muere de angustia, está re contenta que el hijo dejó de robar”.
Hablamos de literatura rusa, “a mi me apasiona Dostoievsky”, me cuenta. Le doy mi opinión sobre algunos escritores rusos y me propone que escribamos literatura rusa. Me pide una lapicera y en una servilleta empieza a garabatear eludiendo las impresiones con el logotipo del café. Escribe mientras le hablo. Le hablo del frío, como de una Mar del Plata extrema. Termina, me lo da y me dice que lo lea cuando me vaya. Veo la firma: “Maylo”, el seudónimo que empezó a utilizar en la cárcel.
–Yo pasé años sin tener jabón, quiero estar tranquilo. Me atormentó la cárcel y toda mi vida pasa por lo que soy yo: la cárcel, la delincuencia y lo pude romper con esto de ayudar, de hacer el bien, pero tengo un motón de cosas adentro mío. Los únicos trabajos que te dan son los que puede hacer un pibe que estuvo en la cárcel. ¿Hacer pozos? No quiero, no lo acepto. No me interesa tener dinero, tener cosas. Vos apareciste de la nada y hablo de nuevo de lo que más amo. La literatura no deja nunca de estar conmigo.
Será porque no es algo que vos tenés, es algo que vos sos.
-Es lo que soy, soy escritor. Es mío. Yo lo siento así y no me importa. Chupala, manejate. Yo voy a seguir escribiendo igual.
@trianakossmann