No hay novela protagonizada por periodistas en la que el café no sea un compañero fiel. Si en esa historia el periodista de investigación trabaja en equipo con una experta hacker, el café pasa a ser un coprotagonista indiscutido. Y si periodista y hacker son suecos, se torna imprescindible. Es el caso de de Los hombres que no amaban a las mujeres, la primera parte de la trilogía denominada “Millenium”, escrita por Stieg Larsson.
En esta historia de misterio y secretos que marcó un antes y un después en el género denominado policial escandinavo, el café está presente a toda hora. Claro, los suecos son grandes consumidores de café. Cifras oficiales hablan de más de 8 kilos de café por año en el país escandinavo, donde también tienen un paladar exigente. En la novela, tanto en las reuniones en la redacción de la revista Millenium, en el pequeño departamento de Lisbeth Salander, en la casa de Mikael Blomkvist, en la oficina de Dragan Armanskij y en el despacho de Henrik Vagner el café está a la orden del día –o de la noche.
Mikael comparte confidencias, deducciones, decisiones y estrategias con su socia Erica, casi siempre, en torno a un café. Lisbeth mantiene charlas -café por medio- con Holger Palmgren, lo más parecido a una figura paterna que encuentra, hasta que éste enferma gravemente y termina en el hospital. Mikael resuelve aceptar la prop
uesta de mudarse a la isla de Hedeby para investigar la desaparición de Harriet Vagner, tras una reunión con Henrik Vagner en la que no falta café. Lisbeth recurre al café como compañero inseparable en las largas horas frente a sus computadoras y, ambos, comparten café desde el día que se ven cara a cara por primera vez.
Claro que todos comparten otro rasgo en común: cuando las situaciones de estrés les pisan los talones cambian, sin dudar, el café por un whisky.
Tanto Mikael como Lisbeth tienen buen gusto en lo que respecta a la comida, pero, en realidad, la mayoría de las veces, comen cualquier cosa y a cualquier hora.
En la novela, Larsson logra transmitir muy bien, paralelamente a las historias de misterio y corrupción, cómo ambos protagonistas se sumergen tan de lleno en su trabajo, que toda su vida pasa a estar cien por ciento dedicada a la investigación. Así, junto al café sobreviven a sándwiches, pizzas congeladas, hamburguesas y bollos y galletas dulces.
Es verdad, no es una alimentación muy saludable, aunque en alguna oportunidad cocinan unas chuletas de cordero al vino tinto o disfrutan de algún otro plato elaborado en reuniones familiares. De todas formas, no hay por qué pensar que alimentarse solo a base de sándwiches tiene que ser aburrido.
De hecho, Mikael lleva al primer encuentro con Lisbeth algunos bocadillos que se acercan un poco a lo gourmet: incluyendo uno de roastbeef, otro de pavo con mostaza de Dijón y un vegetariano con palta (aguacate) como protagonista. Pero los de todos los días incluyen pan, queso, paté, huevo duro y pepinillos.
¿Qué pan es el que más les gusta para un sándwich? Las figazas de manteca, blancas y tiernas siempre fueron mis preferidas, hasta que, por casualidad, probé unos sándwiches exquisitos con focaccia y con pan ciabatta.
La focaccia se elabora igual que una pizza, pero en vez de estirarla bien fina, se la deja con un poco más de espesor y, entre el leudado y la cocción se genera un pan de unos dos centímetros de alto, crocante en la base y con una miga suave y esponjosa. La tradicional se cocina con cristales de sal gruesa y romero por encima. Lo mejor es hacerla en una fuente rectangular y, una vez lista, cortar porciones cuadradas o rectangulares, para armar cada sándwich.
La ciabatta, en tanto, puede hacerse en una hogaza grande para después cortar fetas o armando piezas individuales, generalmente rectangulares y de no más de un centímetro y medio de alto. Tiene una miga con agujeros grandes y una corteza un poco crocante.
Para replicar los sándwiches de Mikael y Lisbeth, algunas ideas: en el caso del de roast beef es importante la cocción porque debe quedar muy tierno y para ello se me ocurren dos opciones, o una cocción lenta y larga (bastante larga) en horno, con condimentos y verduras que le aporten sabor y aroma (cebollas, zanahorias, puerro, tomates cortados en mitades, ajo) y en una fuente cubierta por papel aluminio, para luego cortar fetas lo más delgadas posibles; o, una cocción también larga en una cacerola, de forma que vaya absorbiendo mucho líquido y que, luego, tibia, se pueda desmenuzar utilizando dos tenedores. En este caso, también el líquido es importante, puede ser un buen caldo, con un poco de vino si les gusta y los condimentos de preferencia (comino, páprika, ají, pimienta). Este sándwich de carne me gusta adherezado con alioli (una emulsión de aceite de oliva y ajo), junto a un poco de rúcula y tomates secos rehidratados.
En el caso del de pavo, podría reemplazarse por pechuga de pollo, grillada vuelta y vuelta y condimentada con sal y pimienta negra y, además de la mostaza, sobre el pan entibiado con un rico queso quedan bien unas hojas de espinaca.
Con figazas manteca, doradas del lado de adentro en sartén, quedan muy bien el queso y los pepinillos, mientras que, el paté, yo lo prefiero en tostada.
Para un sándwich vegetariano, me gusta un pan integral y, además de palta, me gustan con remolacha, lechuga, tomate y zanahoria.
¿Cuáles son sus sándwiches preferidos? ¿Cuál consideran el momento ideal para comerlo? ¿Les gusta acompañarlo con un rico café o con una cerveza?