A principios de julio publicamos una columna sobre Gardner Botsford, veterano director de la revista The New Yorker. Este hombre alto y delgado con modales victorianos, era conocido por su cortesía. En su larga carrera de editor tuvo que lidiar con pocos problemas, pero quizás el más incómodo fue cuando la periodista y escritora Janet Malcolm, además su esposa desde 1975, fue denunciada por difamación por el psicoanalista Jeffrey Masson. Bosford había sido además el editor del libro “Psychoanalysis: The Impossible Profession” (1981), traducido en algunas ediciones como En los archivos de Freud.

Para incomodidad del prestigioso Bosford, Malcolm fue considerada durante un período como una profesional poco ética debido a ese caso, cuyo juicio duró diez años. El protagonista, el psicoanalista Jeffrey Masson, la acusó de inventar declaraciones suyas y le reclamó diez millones de dólares. Una larga travesía por los tribunales finalizó con el rechazo de la demanda por “falta de evidencia” contra la periodista. Masson negaba haber dicho que se había acostado con mil mujeres o que era el mejor psicoanalista del mundo después de Freud. Según Malcolm, el entrevistado nunca pensó que ella fuera a reproducir esas confidencias. ¡Los dilemas del off the record!

Sin embargo, Malcolm continuó con su brillante trayectoria y produjo, en 1994, uno de los libros más punzantes sobre los límites de la ética periodística: El periodista y el asesino.

Este libro parte de un caso judicial anterior en el que estuvo vinculado otro periodista: el otrora prestigioso Joe McGinniss. Siendo muy joven, McGinniss había escrito un trabajo fundacional y propuso una forma novedosa de hacer periodismo. En The Selling of the President (Cómo se fabrica un presidente) desnudó los entretelones de la fábrica de candidatos y las artimañas a las que recurren para ganar una elección. En este caso, la que enfrentó a Richard Nixon (cuya campaña relató con pelos y señales y es el tema del libro) con John F. Kennedy, que finalmente se quedaría con el cetro.

Años más tarde, necesitado de dinero, McGinniss aceptó escribir un libro para Jeffrey MacDonald, sospechoso de haber asesinado a su familia. La intención del acusado era defender su buen nombre y honor y evitar una cadena perpetua o algo peor. McGinniss se instaló con él mientras duraron los juicios y las apelaciones. El caso concitaba el ardor de la prensa y cuando estaba por resolverse, McGuinnis publicó su libro: Fatal Vision, traducida previsiblemente como Visión Fatal.

En el libro de marras, McGuinniss demuestra fehacientemente que MacDonald es un psicópata asesino y que fue responsable de los crímenes de su mujer y de sus hijos. A raíz del libro, el asesino fue condenado, e inmediatamente entabló un juicio contra su “empleado” porque había traicionado el contrato. La pregunta que flotaba era: ¿El periodista debía ser fiel a la verdad o a su empleador?

Este es el tema que desarrolla Janet Malcolm en su breve pero excelente trabajo The Journalistas and the Murderer (1990). El caso McGinniss y la secuela Malcolm son complejos, jugosos e imperdibles para los apasionados de estos temas.

Baste decir que la señora Malcolm no es muy amante de los periodistas. “Los periodistas se quieren unos a los otros como miembros de una familia, en su caso de una especie de familia criminal”, escribe.