“Mar del Plata está siendo narrada como nunca antes” dije no hace mucho (al menos es lo que creo haber dicho) en una de las charlas -con Fernando del Río y Juan Carrá- del ciclo Cruce de Palabras. Ellos asintieron. Y, a lo largo del ciclo de charlas compartidas con Sebastián Chilano, Jorge Chiessa, Carolina Bugnone, Mauro De Angelis, Mariano Moro, Marta Villarino, los ya nombrados del Río y Carrá, Martín Zariello, Emilio Teno y Martín Pérez Calarco y las charlas previas, intermedias y posteriores a cada una de esas presentaciones me quedó la certeza de que los hacedores (lectores, escritores, editores, libreros, bibliotecarios) de eso que llamamos literatura marplatense o literatura en Mar del Plata o literatura a secas en estos días tienen algo nuevo: la asunción de la historicidad. De eso quiero hablar.

El concepto de una ciudad mítica no sólo no está lejos de nosotros sino que aún pervive. Si pensamos que su nombre contiene lo inconmensurable (mar) no es difícil entender el terror que suscita ni que se postule la imperiosa necesidad de dominio y sometimiento de la naturaleza como premisa. Esa idea actuó como embrión de un esquema social para ordenar el mundo circundante y acentuó el lado oscuro frente a todo lo que no se puede delimitar, entender, medir y, por lo tanto, dominar. Es que, al parecer, lo inconmensurable tiene una ley que rige las acciones humanas. Ley  que se puede oír, obedecer y comprender. Ley que dictó la fundación de la Mar del Plata literaria: el suicidio de Alfonsina. Es entonces que los individuos supieron que ya no se autoabastecían, que no eran autárquicos y que resulta necesaria una racionalización de la vida común que trate de las muchas necesidades particulares en existencia. Buscar una identidad es un buen paso. La identidad se vincula con el lenguaje y hay un uso en estos lares -en la oralidad- que se caracteriza por la duplicación de vocales abiertas y el uso generalizado de los pretéritos compuestos, algo común en las zonas rurales alejadas del vértigo de las ciudades. Y también la identidad se vincula con una tradición, con un pasado y con una práctica activa en el presente. Y que, quizá, haya anclado su apogeo en la primavera alfonsinista que habría garantizado que con la democracia también se podía, en un mismo ademán, ser clásico, moderno y original. Junto a la extrañeza y la melancolía de lo que ya no es verdad pero que ha sido cierto, la ciudad de la Belle Époque. (Resulta sintomática la proliferación actual de fotografías de esa ciudad sabiéndose que una foto no es un recuerdo sino, como sostenía Roland Barthes, la certeza, en el presente, de lo que ha sido en el pasado y que dura para siempre).

Encuentro alrededor de la pregunta de la existencia de una literatura marplatense un ejercicio sistematizado de doble efecto: por un lado, la elaboración de una serie de respuestas acerca de lo inconmensurable; por otro, a partir de esas respuestas, un sistema de medidas, una autorreferencialidad que fue ambiciosa y quiso ser dominante en un movimiento dialéctico, que como puede presumirse, tendría su oposición.

Lo marplatense y lo independiente en la producción literaria local

En los últimos veinte años vi conformarse un espacio literario en esta ciudad. De aquella pregunta inicial acerca de qué quería decir marplatense en el concepto de “literatura marplatense” pasamos a la pregunta acerca de qué es la literatura. Así, a secas. La idea de literatura marplatense tuvo que ver con la consolidación de un espacio propio para escritores radicados en una ciudad de no más de 350 o 400 mil habitantes. En todo caso, la cesura era entre los nacidos y criados (con centro de residentes marplatenses en Mar del Plata incluido) y los aluvionales que, según el espíritu de la época, aprovechamos el “hágala suya” proclamado por un intendente que había sido poeta y que mereció mejor suerte en aquel verano del 2002. (Esos episodios iniciaron el nuevo milenio de Mar del Plata; como nunca se vio que una crisis de legitimación política nacional cambiara el orden de las cosas en la ciudad, al igual que el año pasado). Es tan evidente que resulta obvio y dificultoso profundizar acerca de la pregunta de la identidad en medio de semejante movimiento migratorio ¿cuál es la tradición? ¿Cuál el pasado? No puede ser sino mítica en una ciudad que lleva lo inconmensurable en su nombre -independientemente del atributo que la acompañe, sea la plata o la lata. En esa letra el abanico. De lo espléndido a la carencia, por si hace falta aclararlo.

La signatura de la consolidación del espacio editorial tuvo que ver con progresos técnicos notables en el área de la impresión y la producción de contenidos. La impresión digital ofreció la posibilidad de multiplicar títulos a costos bajos y seguros e internet proliferó los públicos y los consumos a costos irrisorios. Inmediatamente superada la crisis financiera el costo del papel se estabilizó y la impresión offset se volvió competitiva en todo el continente, incluso para España la impresión en Argentina fue favorable. Ese inicio auspicioso, casi en un movimiento inercial de la misma crisis de 2001, se reforzó con el crecimiento acelerado de la economía que reanimó expectativas. En correlación se consolidó el espacio editorial como un fenómeno multicausal vinculado a estímulos e incentivos estatales (créditos, subsidios, creación de premios), sostenimiento del mercado interno con regulaciones a las importaciones, programas de promoción en el exterior, activo trabajo en el campo editorial de jóvenes emprendedores con formación universitaria y, sobretodo, optimización de los espacios entre lectores originados en la polarización del público producto de las políticas de mercado de la industria editorial a escala mundial. El concepto de independiente dejo de ser sinónimo de resistencia cultural para convertirse en algo prestigiante y celebratorio. En simultáneo, aquella ciudad en muy poco tiempo duplicó sus habitantes y triplicó el parque automotor. También tuvo un impactante desarrollo inmobiliario con altísimos niveles de ocupación en el sector de la construcción, disfrutó rápido de los beneficios de la exportación de soja y alojó gran cantidad de nuevos vecinos en espacios urbanos llamados barrios. Y entonces, dramáticamente, dos ciudades quedaron superpuestas.

Géneros, escenarios y representaciones

Decía que la ciudad está siendo narrada como nunca antes y también contada porque contar las cosas una por una también es narrar. Y el nunca antes es por cantidad y por el modo: como si se desenterraran fósiles antiquísimos, cosa que sucede a diario, en esta ciudad que también sería un yacimiento paleontológico, aparecen vestigios de viejos temores, angustias, preguntas, rastros de violencias (como la dictadura). Y con la emergencia de lo oculto, de lo submarino, aparece el policial. En este sentido, las representaciones del delito se vinculan a homicidios, pauta del género policial, vinculados a escenas de corrupción institucional e impunidad. La idea de una ciudad marginal también está presente pero en menor medida, como si algunos fenómenos sólo fuesen del conurbano bonaerense: el puerto pareciera más un espacio de tráfico y contrabando que un escenario de desocupados e inactividad muy alta, problemas habitacionales con usurpaciones y un espacio público con disturbios, hurtos, robos, enfrentamientos armados y homicidios dolosos. Nos encontramos con una nueva configuración del delito, ya no se trata de una problemática en sí sino, por el contrario, se presenta como consecuencia de una serie de problemáticas sociales. En este sentido, hay escenas que suceden en espacios descampados o en lugares que fueron civilizados o aún no lo son y que coinciden, como en lo real, con los mayores espacios de enfrentamientos armados, carencia de servicios y analfabetismo. La enumeración de espacios como el Puerto, el Casino, el Bosque, descampados, grupos sociales (los chinos, los gitanos, los italianos, los universitarios, los artesanos, los empresarios, los jueces, los políticos, la policía) nos habla de cierta estructuración nueva, conceptuada y social, que va alejándose de cuestiones míticas relacionadas con lo emocional y lo subjetivo. Sin embargo esas dos posiciones conviven, fundamentalmente, en la idea de pasado y, por sobretodo, en la genealogía de la literatura. Sin embargo asoma la idea de una racionalidad, de un ordenamiento, de una medida de definición para comprender lo que no se puede asimilar: lo inconmensurable, el Mar.

No obstante, el camino de la profesionalización aún tiene el tamaño de la trascendencia. No se han verificado fenómenos editoriales como el de Cristina Bajo en Córdoba ni se ha conformado un público lector que marque alguna diferencia significativa con otros mercados del país. Por eso no es de extrañar que los autores/as vivan de otra cosa: ejerciendo alguna otra profesión, trabajando en el comercio o la industria. En cambio, no deja de ser cierto que 1) en los últimos tres años se han publicado alrededor de cuatrocientos títulos en la ciudad (un libro a la semana aproximadamente); y 2) que las producciones literarias se ajustan a nuevos conceptos estéticos vinculados a cuestiones de género. Se trata, en una manera posmoderna, de ceñirse a las estructuras de los géneros, preferentemente, aquellos considerados menores como el cómic, el fantasy, el microrrelato, el policial y la poesía conversacional. Estas elecciones a veces son homenajes, a veces son parodias, a veces son reescrituras, a veces son y otras veces no pero siempre saerianas: “Lo central, en literatura, es la praxis incierta del escritor que no se concede nada ni concede nada tampoco a sus lectores: ni opiniones coincidentes, ni claridad expositiva, ni buena voluntad, ni pedagogía maquillada. No quiere seducir ni convencer. Escribe lo que se le canta”.

Lectura y masividad en tiempos de incertidumbre

El hecho literario, según señalan las teorías de la literatura y la experiencia, se completa en la figura del lector. En este sentido, es de señalar que en esta ciudad se adquieren, en promedio, entre dos o tres libros al año por habitante. Ese era un dato que se presentaba como favorable, en tanto se había verificado un crecimiento del índice y que, abruptamente, se encuentra detenido. Se desconoce hasta qué punto será la regresión. Quienes se dedican a la venta de libros agregan que un 35% total de las ventas en lo que se denomina literatura infantil o juvenil, dato que genera expectativa acerca del reaseguro de la existencia del público lector aunque resulte incierto debido a que dependerá de cuántos adquieran el hábito de la lectura. Y, a pesar, de fuertes estrategias de mercadotecnia desarrolladas a corto y mediano plazo por la industria editorial y a fuertes políticas estatales en las que la educación obligatoria conlleva el aprendizaje de la lectoescritura, las políticas de promoción de la lectura y otras estrategias vinculadas no se puede asegurar que el crecimiento del público lector alcance porcentuales significativos de masividad. Por el contrario, cada vez más la literatura, en sus instancias de producción y consumo, se torna una práctica de iniciados. Baste con decir que en el último tiempo, el uso de los servicios bibliotecológicos de la ciudad se declararon absolutamente gratuitos. Junto a la renovación del fondo bibliográfico, la recuperación de infraestructura y constantes tareas de promoción hicieron que se cuadruplicara, en un espacio de tiempo muy breve, la cantidad de usuarios. Pero esto no significa que se haya ampliado el público lector en proporciones similares sino que, por el contrario, el público ya existente se vio beneficiado con un mejor servicio. En esta senda, la ampliación del público lector dependerá, necesariamente, de la reformulación del concepto de literatura forjado en la Francia del siglo XIX, modelo que aún perdura y en su declinación nos muestra que existen -para los individuos- otros modos de construcción de universos simbólicos, de subjetividad y preparación para el ingreso al mercado laboral que no se vinculan únicamente con la adquisición de la lectoescritura y sus desarrollos cognitivos ni de sus procedimientos de abstracción. Ante estos cambios, resulta prudente recordar una hipótesis de Walter Benjamin que, al pensar la relación del cine con la gestión del gobierno del estado alemán allá por 1937, entiende que toda innovación en la técnica es coincidente con un régimen regresivo en la política.

Repensar (nos) a ambos lados del texto

Algo que no deja de llamar la atención es cierta virulencia en la reedición de una disputa que parecía zanjada. En una muestra de snobismo se volvió a arremeter contra el “saber académico” y el reconocimiento que pudiesen brindar “algunos notables” de la universidad local. Este reclamo surge de sectores vinculados a los “chicos malditos” que en su escalada verbal desconocen la problemática de clase que esa disputa tiene en voceros norteamericanos o franceses (a quienes leen en traducciones hechas para el mercado español o mexicano). En esos lugares, esa disputa resulta genuina, y legítima, en tanto que el paso por las universidades resulta excluyente y distintivo para algunos grupos sociales mientras que entre nosotros acceder al capital simbólico que otorga la universidad argentina, por ser pública y gratuita, permite la movilidad social ascendente. Otro tema que pone en escena la irrupción de los chicos es la búsqueda de un consenso acerca de lo que debiese ser considerado literatura. Al parecer, en estos días, la literatura sería algo así como el modo de relacionarse con los textos y la escritura escindida de circunstancias contextuales de legitimación, circulación y consumo que no hace a la “vida concreta”. La literatura como entrega sagrada, como consagración a una fe universal de las posibilidades creativas de los sujetos dados a la individualización de su carácter por usos argumentales, figuras retóricas, léxicos y algunas cosas más que, al parecer, serían de propiedad privada, de la literaturiedad. Es decir, la práctica de la literatura ceñida a la lectoescritura en y por la cultura legitimada (o la marginalizada por oposición) pero siempre en términos estéticos y nunca en sintonía de la crítica política.

Habrá que ver de qué insistencias soterradas nos habla el predominio de figuras retóricas tales como las alegorías, sinédocques y metonimias que predominan en las producciones recientes de la literatura hecha por residentes de esta comarca. ¿Habrá un nuevo Facundo? ¿Quién de nosotros lo escribirá? ¿Cuál será la cara del simulacro?

A fin de encontrar respuesta a ese interrogante, y a otros muchos, los invitamos a participar del ciclo Cruce de Palabras, que se realiza en el Teatro Auditorium y que tiene el siguiente cronograma (mientras no lo modifiquemos por alguna razón y avisemos de esos cambios):

-10/8 Gabriela Exilart y Gabriela Urrutebehety;

-17/8 Luciana Caamaño y Matías Moscardi;

-7/9 Fernando Noy;

-21/9 Fabián Iriarte con invitados;

-5/10 Ariel Bermani, Gabriela Luzzi y Bruno Szister;

-2/11 Ignacia Sansi y Vicente Battista.

 

*Mauricio Espil nació en Banfield en 1971. Estudió Filosofía (UBA) y Letras (UNMdP). Fue productor y editor en la revista cultural “Lean, che”, publicó la novela Full de ases, que había recibido una mención en el Premio Osvaldo Soriano en la edición 2000. Fue responsable de la editorial Estanislao Balder y dictó talleres de escritura creativa.

Entre 2007 y 2015 se desempeñó como Director coordinador en la Secretaría de Cultura de la Municipalidad de General Pueyrredon. En la actualidad trabaja como docente de literatura en colegios secundarios y en el programa de finalización de estudios para adultos.