“En este libro se habla varias veces del volcán de chocolate” me dijo una amiga, en clara referencia a esta columna, Sabores de Novela, que hace tiempo–mea culpa- no incorporaba una entrada nueva.
Era La estrella prohibida, el último libro de María Border y agradecí la atención de esta amiga, porque en las páginas señaladas me reencontré con el espíritu de este espacio. No solo se trata de contar una receta aparezca en un texto cualquiera, sino que esa comida tenga un sentido dentro del texto. No busco solo que forme parte de una descripción, sino que se integre a la trama, que tenga un sentido especial.
Y ese es el lugar que el volcán de chocolate tiene en esta novela editada por Penguin Random House, en octubre del año pasado.
La estrella prohibida es ideal para las y los fanáticos de la novela romántica y su autora lo reescribió después de un tiempo, dándole un perfil mucho más actual con el abordaje de las distintas formas de violencia familiar y cómo afecta en distinto grado a todos sus integrantes, además del debate sobre la libertad e independencia de las mujeres –o la falta de ella- en varias situaciones, inclusive a la hora de decisiones sobre nuestros cuerpos.
El volcán de chocolate era el dulce ideal para meterse en esta trama de María Border, referente del género denominado chick-lit, no exento de polémica y que, desde hace años, se debate entre quienes creen que es solo una vil estrategia editorial para vender libros y un grupo de escritoras que buscan correrse de los tradicionales roles femeninos y contar otras historias.
En el caso que nos ocupa, la novela se centra en el personaje de Bárbara, desde el pasaje de su niñez a la adolescencia acompañando sus avatares hasta la madurez. Rebelde, desde muy chica se protege tras una coraza de indiferencia ante la dura crianza y falta de afecto de sus padres; se opone claramente a la personalidad de su hermana mayor, sumisa y romántica; y se sostiene principalmente en la amistad de tres chicos que conoce cuando recién llega al barrio nuevo al que se muda la familia.
La abrupta y obligada madurez por la falta de contención de su familia, la amistad, el despertar sexual, la persecución de los sueños, van forjando a la Bárbara joven y adulta, que logra sus objetivos profesionales pero que no encuentra paz y no se cree capaz de amar.
Sin caer en spoilers, el volcán de chocolate, tiene que ver con Bárbara y Yago, su amigo, compinche, maestro y gran amor, aunque la protagonista no quiera reconocerlo.
El volcán de chocolate es uno de los postres más tentadores. Firme por fuera, con una masa tierna, cremoso y tibio en el interior, no es muy difícil de hacer. La versión tradicional requiere dos preparaciones: el batido esponjoso del exterior y una bola de chocolate que es la que se derretirá en el interior. Las versiones más modernas utilizan una única mezcla y variación en cantidades de los mismos ingredientes para lograr la firmeza exterior y el corazón húmedo interior, que se desliza por el plato ni bien introducimos la cuchara. Esta nueva versión no es difícil de hacer. Eso si, es importante contar con los moldecitos adecuados –pueden ser los de flanes individuales – o se puede intentar superponiendo varios moldes de papel (pirotines), o utilizando los de silicona.
Para cinco o seis volcanes se necesitan: 2 huevos / 2 yemas / 90 gr de azúcar / 150 gr de chocolate amargo / 100 gr de manteca / 2 cucharadas grandes, colmadas, de harina (yo siempre uso leudante).
Para hacerlo, primero hay que derretir a fuego la manteca con el chocolate (a fuego muy bajo o a baño de maría, para evitar que el chocolate se pegue o queme).
Luego, batir los huevos, las yemas y el azúcar hasta generar una mezcla lisa, clara y con cuerpo (a blanco).
Agregar el chocolate y la manteca derretidos al batido, uniendo bien con espátula e incorporar la harina previamente tamizada, suavemente y con movimientos envolventes hasta que quede una mezcla pareja.
Enmantecar los moldecitos y espolvorear con cacao (en vez de enharinar).
Disponer el batido de chocolate, cuidando de no llenar hasta más de la mitad del recipiente. En la cocción, la preparación no debe superar la altura del molde.
Poner todos los moldecitos en una placa o asadera y llevar al horno. Se cocinan de 10 a 12 minutos, a una temperatura de 180°. Hay que tener cuidado porque si se pasan, se perderá el efecto “volcán”.
Dejar reposar unos minutos. Pasar, con cuidado, un cuchillo por los bordes y desmoldar directamente sobre el plato en el que se va a servir.
Se puede acompañar con frutas frescas fileteadas, salsa de chocolate, una bocha de helado de crema o vainilla.
@clauroldosmdp