Creo que hay ciudades que construyen su propia mitología, y algunos –como yo- compramos rápidamente. Yo amé a Buenos Aires antes de conocerla. Roberto Arlt fue mi guía turístico, mi mentor. Después, Cortázar, y Leopoldo Marechal. Algo de González Tuñón, Homero Manzi y Astor Piazzola. Entre otros olvidos.
A los 24 años me instalé en esta ciudad imaginada. Creía que venía para seguir, pero sentía que venía para quedarme. Con mi amigo Tito teníamos un plan: recorrer algunos rincones míticos. Alguna calle en Villa Crespo, un bar de Corrientes, una casa en la Av. Garay. Pero partimos de San Telmo. Nos instalamos a tomar café y a mirar desde los vidrios del Bar Británico, en el Parque Lezama. Allí recordamos los encuentros en Martín y Alejandra. Luego cruzamos a ese parque que dicen fue fundacional, y caminamos bajos las glorietas hasta donde está la Loba y los desproporcionados Rómulo y Remo que intentan hacerse hombres succionando las tetas de la hembra.
Fuimos allí siguiendo la ruta de Ernesto Sábado. Siguiendo el entrañable transcurrir de esa pareja adolescente que amamos. Rastreando el potente derrotero de los héroes y las tumbas. Sábato nos gustaba por eso, y por el “Romance a la muerte de Juan Lavalle”, y por el oscuro El túnel. No nos gustaba por ese opúsculo del que luego abjuró: El otro lado del peronismo, pero nuestra admiración era más grande, superadora.
Ernesto Sábato había vivido casi toda su vida en Santos Lugares. A mí se me ocurría como otro lugar mítico. Y todavía me pregunto porque lo abandonamos, o lo abandoné. Abadón, el exterminador me fatigó un poco. El escritor y fantasmas me pareció brillante y tedioso al mismo tiempo. Luego lo abandoné. Abandoné a Sábato hace muchos años.
Me acordé de Sábato casi con nostalgias. Este mes, el sábado 25 y el domingo 26 de Junio, se realiza el Primer Festival Sábato en Santos Lugares. Esta localidad del Partido de 3 de Febrero está a solo 28 kilómetros de la Capital Federal, o sea, del centro. Lo que es nada. Pero para los porteños, “es provincia”, por lo tanto, suena lejano e inaccesible. El festival, que prometen que será anual, celebra el nacimiento de Sábato, que nació en Rojas, Provincia de Buenos Aires, en 1911 y murió, empecinado, a los 100 años.
Es un festival urbano que conecta los lugares que marcaron su vida: la estación Santos Lugares del Tren San Martín, la plaza de Santos Lugares, su calle Langeri al 3100, el Club Defensores de Santos Lugares y, como epicentro, su casa, con letras, música, teatro, cine, gastronomía y cultura en las calles.
Hace unos quince años, quizás más, me crucé con Sábato en Retiro. No es un lugar que frecuente, salvo cuando me voy de viaje al interior o regreso. No sé porqué estaba ese día allí. Era el atardecer. Los andenes de Retiro parecían cuevas de termitas hambrientas. La noche anterior, o a la mañana, había llovido. En medio de esa multitud balbuceante lo veo venir a Ernesto Sábato. Era un anciano de anteojos enormes y fama de malhumorado. Pero también era el imaginador de Martín y Alejandra, y del Parque Lezama y el inventor de El Británico. Le estiré la mano, le dije “Don Ernesto, qué gusto”. El me devolvió el gesto con una mano blanda y amable. “¿A dónde va?” le pregunté sorprendido. “A mi casa”. “¿En tren?” sostuve mi sorpresa. “Y si m´ijo, yo soy pobre” me dijo sonriendo. Y orientó su cuerpo flacucho hacia la estación. Lo vi alejarse, con paso dubitativo, esquivando charcos. Y en su cabeza, inventando ciudades míticas, inventado Santos Lugares, u otros lugares no tan santos. Pero inventando.