Le pedimos al periodista especializado en cine que nos recomendara algunas películas basadas en libros. Acá, resume sus propuestas donde destaca “cómo el cine puede hacer crecer a la literatura“.

Por Mex Faliero*

Vengo del cine. Para que se entienda bien: no es que llegué recién de ver una película, es que vengo del cine porque el universo en el que me muevo son las películas. Me gusta el cine por sobre cualquier otro arte. Y en relación a las adaptaciones literarias, mientras no se modifique el espíritu del texto original me importa bastante poco lo que suceda. El cine es un lenguaje con sus propios
mecanismos y códigos, tan válidos como los de la literatura o el teatro. Por eso cuando alguien viene y me dice “vos porque no leíste el libro” -o el cómic o la fuente que sea- lanzo un “adiós para siempre” y huyo de la conversación. Toda esta parrafada, en definitiva, para disimular mi ignorancia y destacar que las recomendaciones que siguen parten desde lo cinematográfico: el placer es ver cómo un director toma una fuente que puede hasta ser menor, y la convierte en gran cine.

Expiación, de Ian McEwan: decían los especialistas (entre los que no me encuentro) que la obra de McEwan era prácticamente imposible de trasladar al cine. En verdad a Joe Wright no le costó demasiado, y construyó este juego de cajas chinas que nos va llevando de la nariz, con excesos de virtuosismo narrativo incluidos (¡ese plano secuencia!), y una pesadumbre progresiva que hacia el final se convierte en una angustia existencial notable.

El padrino, de Mario Puzo: la obra original tenía un valor tanto literario como periodístico, por la forma en que revelaba desde los márgenes del género criminal el entramado que cimentó el poder de la mafia en Estados Unidos. Francis Ford Coppola tomó ese riquísimo material de base y lo revistió de la textura del cine: un cine que miraba los relatos clásicos, pero que incorporaba los códigos de un cine del futuro. “El padrino” es una película de un romanticismo enorme, de una pulsión por construir imágenes imperecederas, y de una precisión tan notable, que a pesar de durar tres horas no tiene una escena de más.

Los puentes de Madison, de Robert James Waller: si un valor ha tenido la filmografía de Clint Eastwood, especialmente durante los años 90’s, ha sido la de tomar relatos no demasiado considerados y convertirlos en enormes películas (ya en el nuevo siglo lo impulsaron más las grandes historias y una mirada revisionista sobre su país). Aún con su valor, la historia puede pasar como una más de romance: una señora que lleva una vida común y corriente, y a la que la aparición de un hombre que huele a cierto espíritu de aventura le moviliza el mundo. Pero Eastwood toma esto y lo convierte en un relato romántico más grande que la vida. La clave es la sabiduría del director para narrar con los tiempos justos que precisa la historia, y la preponderancia que le da a los personajes y su humanidad por sobre lo general.

Jurassic Park, de Michael Crichton: la buena ciencia ficción es aquella que a la par de la especulación, logra el movimiento frenético de la aventura. A favor de esta novela hay que decir que Crichton era además cineasta, y conocía los códigos del cine: el libro casi que se construye en secuencias pensadas desde la imagen. Pero claro, para que la traslación del papel a la pantalla salga fluida, y tome un peso específico hace falta el ojo del gran narrador. Y Steven Spielberg es uno de los mejores narradores de la historia, además de conocer como pocos el valor humano de la fantasía. “Jurassic Park” podría haber sido tranquilamente un entretenimiento con dinosaurios. Y lo es -y uno muy gigante-, pero además incorpora las capas de sentido que el texto tenía: los límites de la ciencia, pero también -y fundamentalmente- los del espectáculo y el entretenimiento. Todo envuelto en un cuento de terror perfecto.

Psicosis, de Robert Bloch: el autor tuvo un origen en la literatura pulp y mucho se nota en esta obra, hoy una de las más consideradas de la filmografía del gigante Alfred Hitchcock: se trata de un texto bastante sensacionalista, que busca el impacto y la sorpresa. A Hitchcock todo esto le encantaba, especialmente porque le daba rienda suelda a sus juegos sobre la moral y cierta complejidad sexual que aquí se volvía más explícita que en sus películas anteriores. Tal vez no sea su mejor película, aunque tiene algunas de las escenas más recordadas de su filmografía, pero sin dudas es un ejemplo y síntesis de lo que intenté reflejar con estas recomendaciones: cómo el cine puede hacer crecer a la literatura a partir de la capacidad de los grandes autores para tomar un mundo ajeno y apropiárselos a pura imaginación.

@mexfaliero es periodista especializado en cine. Desde hace 10 años escribe y publica en el sitio Funcinema. Además, conduce el programa de radio homónimo que se emite los sábados a las 10 por la 95.3 y organiza el Festival de Cine de comedia Funcinema en Mar del Plata @FuncinemaCine.