Foto: portada del libro “Del asesinato considerado como una de las bellas artes”, de Thomas de Quincey.

Cuando leí Del asesinato considerado como una de las bellas artes, de Thomas de Quincey, descubrí un autor (me lo descubrió Borges en realidad) divertido y original. En este texto, el narrador es miembro de una supuesta Asociación de los Amigos del Asesinato que se reúne regularmente para analizar crímenes desde “una perspectiva estética”. Si bien todo crimen es reprobable, sostienen, una vez cometido debe ser rodeado de cierto gusto estético e intelectual para que no quede reducido a una “mera carnicería”. Al leerlo creí haber dado con el libro más raro de los que se habían escrito. Sin duda, me equivoqué. (La palabra raro, por cierto, viene del latín, y significa “extraño” o “extravagante”; aunque también tiene la acepción de “notable o excepcional”, por ejemplo: rara avis)

Volviendo a libros raros, admití mi error cuando me tope con este título: El manuscrito encontrado en Zaragoza. Su autor, un conde polaco llamado Jan Potocki, cuenta las aventuras de un joven oficial belga que viaja a España para incorporarse a la guardia de un rey, uno de los tantos Carlos. La narración supone un viaje iniciativo por un país oscuro y siniestro, poblado por antropófagos, gitanos poseídos por los demonios, bandidos bestiales y una sarta de pícaros y embaucadores. Un relato de aventuras que no esquiva la magia ni al erotismo, cuya estructura es tan original que puede leerse en cualquier orden, y arrancar la lectura por cualquier capítulo; siempre se entiende poco pero atrapa en esa historia circular.

Otro libro raro. El francocubano Paul Lafargue, que era yerno de Karl Marx, no reivindicó la revolución sino El derecho a la pereza, un ensayo utópico publicado en francés a finales de 1880. Lafargue cree que la solución está en dar más tiempo libre a los trabajadores para recrearse en las ciencias, el arte y la satisfacción de las necesidades espirituales; o sea, reivindica el ocio, el pecado capitalista más denostado.

Santiago Ramón y Cajal fue uno de los científicos españoles más importantes, tanto que ganó el Premio Nobel. Entre sus secretos está el haber sido un particular pergeñador de obras literarias de modesta calidad. El fabricante de honradez cuenta la historia de un científico que se casa con una discípula joven y hermosa con la que viaja a China a investigar una epidemia de fiebre porcina. La muchacha inicia un romance con otro médico (joven esta vez) y el marido, loco de celos, infecta a la pareja con la intratable peste porcina. La muerte del joven amante es un logro para la ciencia: demuestra al mundo que la peste se trasmite de animales a humanos. El inescrupuloso médico, sin embargo, tiene un antídoto, pero solo salva a su mujer. Para evitar que vuelva a las andadas (por decirlo de alguna manera) le inyecta sueros y transforma su belleza hasta dejarla de un aspecto horroroso. Un libro raro y celoso.

Otro sentido de la rareza encuentro a La balada de los ahorcados de François Villón. Uno de los más brillantes poetas franceses del siglo XV que prolongó su influencia al presente en la figura de trovadores como George Brassens, hace décadas, y la joven Zaz, en estos días. Villón era famoso por ser un jugador empedernido, ladrón, estafador y hasta asesino. Su última y célebre obra la escribió la noche antes de ser ahorcado, y su verso final perdura en la memoria de todos sus admiradores: “Mañana al fin sabré lo que mi culo pesa”.

Un provocador profesional y grandísimo autor, el norteamericano Ambrose Bierce, cuenta la historia de un grupo de personajes unidos por una sola pasión: todos y cada uno ha asesinado a sus padres, y no sienten remordimiento alguno. El clan de los parricidas y otras historias macabras es un libro raro y estremecedor. Si uno dijera que tiene cierto humor sería condenado como Villón; sin embargo, Bierce es un maestro del cinismo y la ironía. El cuento “Grasa de Perro” es decididamente desagradable y Mi crimen favorito” culmina con esta expresión: “No puedo dejar de pensar que en punto a atrocidad artística, mi asesinato del tío William ha sido superado pocas veces.”

Nerio Tello