Cientos de miles de personas en todo mundo han leído las novelas de Gabriel García Márquez. El amor en los tiempos del cólera, protagonizada por Florentino Ariza y Fermina Daza, es una de ellas y hasta llegó al cine, con Javier Bardem y Giovanna Mezzogiorno en los papeles principales.

 Esta historia de amor que trasciende el rechazo, los caprichos de juventud y las malas decisiones de Fermina, que hace sufrir a Ariza, le profundiza el carácter y la personalidad melancólica y solitaria, transcurre en un pueblo del Caribe Colombiano, en las épocas en las que el cólera y las guerras, causaban estragos.

Tras un intenso y platónico amor de juventud (“Desde que se vieron por primera vez hasta que él le reiteró su determinación medio siglo más tarde, no habían tenido nunca una oportunidad de verse a solas ni de hablar de su amor. Pero en los primeros tres meses no pasó un solo día sin que se escribieran, y en cierta época hasta dos veces diarias”), los protagonistas se separan por el casamiento de ella con Juvenal Urbino, el médico del pueblo. (“El ser que más la amaba y había de amarla hasta siempre no tendría ni siquiera el derecho de morirse por ella” piensa Ariza).

Pasaron “cincuenta y un años, nueve meses y cuatro días” hasta que, finalmente, Florentino retoma las cartas como medio para volver a conquistar a su amada Fermina.

En el medio, el relato de García Márquez hace una pintura de la vida del pueblo colombiano en la década de 1930, se sumerge en la lucha contra la epidemia del cólera, retrata los fugaces amores que pasan por la vida de los protagonistas masculinos, se detiene en la rebeldía a la que jamás renuncia Fermina, describe el cambio del paisaje ribereño y las dificultades para trasladarse, a lomo de burro, hacia el interior montañoso de Colombia y, también, menciona, en al menos dos oportunidades, las almojábanas.

No son las únicas referencias a comidas, la novela nombra las galletitas imperiales y confituras de flores que como dama de la familia Fermina sirve en los primeros tés que organiza, como también las berenjenas que detestaba y que doña Blanca, madre de Juvenal Urbino quería obligarla a comer y los platos de fiestas y banquetes de las familias encumbradas del pueblo.

Pero son las almojábanas, por ser una receta de origen campesino, parte de la dieta diaria de los colombianos, las que llamaron mi atención: primero, son almojábanas y no platos finos y elaborados, los que Fermina decide servir en el velorio de su esposo. También es lo que estaba comiendo cuando su padre, cuando cumple los 17 años, le delega toda la responsabilidad de llevar adelante la casa.

Las amojábanas son unos pancitos de harina de maíz blanco (la misma que se utiliza para las arepas) y mucho queso, que pueden cocinarse en horno o en sartén.

Almojábanas

Para preparar de 10 a 12 almojábanas, se necesitan: 1 taza (150 gramos aproximadamente) de harina de maíz blanco precocida (se consigue en dietéticas) / 2  cucharadas de azúcar / 1 cucharadita de polvo para hornear / media cucharadita de sal / 4 tazas de queso (puede ser mezcla de dos tipos, por ejemplo cremoso y de rallar) / 1 huevo / unas 5 o 6 cucharadas de leche.

El procedimiento es muy sencillo:  Me resultó útil llevar un par de trozos del queso cremoso al freezer por una media hora. Bien frío es mucho más fácil de rallar con un rallador grueso.

Antes de comenzar a preparar las almojábanas  es conveniente comenzar encendiendo el horno para que esté bien caliente a la hora de llevar los pancitos a cocinar.

En un bowl mezclar la harina de maíz, el azúcar, el polvo para hornear y la sal.  Luego, agregar el o los quesos rallados y mezclar bien.  Incorporar el huevo batido y amasar hasta que se amalgamen los ingredientes e ir incorporando muy de a poco las cucharadas de leche hasta lograr una masa suave, que se despegue del recipiente y se pueda seguir trabajando con las manos.

Ese bollo se divide en 10 a 12 porciones (o más si les gustan más pequeñitas). Con cada porción armar esferas y colocarlas sobre una fuerte cubierta con una lámina de papel de aluminio y rociada con rocío vegetal. Aplastar levemente cada esfera y llevar al horno por 10/15 minutos o hasta que se vean levemente doradas por encima. Son buenísimas para comer calentitas en una merienda.

Nota: Con una leve variación (dejar de lado las cucharadas de azúcar que marcan las recetas tradicionales) las almojábanas se convierten en unos riquísimos pancitos de queso para rellenar con fiambres y verduras.