El del escritor es un oficio de solitarios. Nada más lejos de la acción, podríamos pensar. Sin embargo, la imagen del hombre que trabaja con su cabeza y teclea días y días por pasión o para ganar el sustento, es algo que atrajo la mirada de muchos directores cinematográficos. Podríamos decir que por un lado están las películas de escritores reales (como Hemingway, Capote o Virginia Woolf, por mencionar algunos), y por otro, la de escritores ficticios. Aquellos personajes cuya misión es generar ficciones y son puestos dentro de una ficción para generar una, u otra, ficción.

Como el atormentado Barton Fink.  El escritor de marras, que da nombre al film de los hermanos Cohen, puesto en la piel del atribulado John Turturro, llega a Hollywood contratado para escribir un guion encargado por un magnate de la industria. Puesto en un hotel decadente y desnudo, Fink sufre un bloqueo creativo. Por si esto no fuera suficiente, un obsceno viajante de comercios que se aloja en el cuarto contiguo, encarnado por John Goodman, se las encarga para hacer de un trabajo difícil una empresa imposible. En este film hay algunas alusiones a personas reales. Se cuenta que los Cohen se inspiraron el dramaturgo Clifford Odets y el novelista William Faulkner para diseñar su Barton. El subtexto resume el drama que acosa a muchos escritores norteamericanos: ¿Vale la pena vender el talento y transgredir las propias convicciones para sobrevivir en una industria despiadada?

Se sabe que muchos escritores viven de escribir para otros, es decir, no figuran nunca como autores. En inglés se los llama Ghost Writer, o sea, escritor fantasma. En Argentina, por alguna rara analogía, o no tanto, se les llama “negros”. En el film  El escritor (en realidad El escritor fantasma si traducimos literalmente),  Ewan McGregor (que  hizo de poeta en Moulin Rouge), es un escritor de poca monta que acepta contar las memorias de un ex ministro británico tras la extraña muerte del anterior “negro”.  Como las cosas no son tan fáciles y ganar el dinero es duro, el político queda envuelto en un escándalo internacional y el escritor, sin comerla ni escribirla, se ve involucrado. El film es un policial y tiene el estilo de Roman Polanski, pero es muy gráfico cuando se plantea la necesidad de contratar a un escritor, las discusiones con el agente literario, la investigación en sí y las sucesivas correcciones  del material. Es decir, hay verdad, algo, en ese proceso escritural.

Sobre el mismo tema, pero con otras motivaciones, Martin Ritt dirigió a Woody Allen en El testaferro; en inglés,  The Front. Un guionista de televisión ofrece dinero a un amigo (el testaferro) para  firmar sus guiones  con su nombre, ya que la persecución política iniciada en los años 50 por el senador McCarthy ha dejado sin trabajo a varios guionistas acusados de actividades anti norteamericanas. Es una ficción sobre hechos reales.

En cambio en la película italiana La gran belleza, o si prefiere: La grande belleza todo se centra en Jep Gambardella, un escritor entrado en años, autor de un solo libro  y que vive del periodismo.  Dominado por la desidia, el hombre dice buscar un sentido para su escritura cuando en realidad está buscando un sentido para su vida.

En Más extraño que la ficción, el personaje principal de una novela comienza a escuchar la voz de una narradora en su cabeza. La excéntrica autora, en plena crisis,  no sabe cómo” matar a su personaje”. Y en este caso, la ficción lucha por salvar al “personaje real” encarnado por la magnífica Emma Thompson. Muestra como los personajes ficcionales pueden cobrar “vida propia”, al menos en la cabeza de su mentor, que como se sabe, es pura ficción.

Como dice el poeta, “la ficción tiene razones que la razón no entiende”. O algo así.