Leía, o releía, después de 30 o 40 años, La Náusea, de Jean-Paul Sartre (con traducción de la gigantesca Aurora Bernárdez), quería ver qué de ese texto perduraba en mí, que sensación, qué recuerdo. Había subrayado: “Esto es vivir. Pero al contar la vida, todo cambia; solo que es un cambio que nadie nota; la prueba es que había historias verdaderas.” Seguí recorriendo algunas frases, hoy no sé que encontré en ellas, pero lo que más me impresionó –verdaderamente-, es descubrir que Losada había publicado la primera edición en 1949. En mi mano tengo la edición de diciembre de 1963, aclaro “diciembre”, porque en marzo de ese año se había hecho otra edición. Esta, la que tengo, es la decimoprimera: ¡Once ediciones en 14 años! Casi una por año.

Me dirán: “Era Sartre” y es verdad. Yo diría: era otra Argentina. Muchos de esos ejemplares seguro fueron al exterior. Nuestro país era exportador de libros. Me acordé de esto porque Presidente de la Fundación El Libro, Martín Gremmelspacher, en la reciente inauguración de la Feria, denunció que el año pasado se imprimieron 20 millones de libros menos que el año precedente.

Es cierto que hoy se imprimen muchísimos más títulos que en el lejano 1963 (estiman unos 30 mil por año), pero también muchísimos menos ejemplares de cada título. Si sacamos a los consagrados (dos o tres, ¿cinco?), un libro edita promedio 2000/3000 ejemplares; si es de editoriales independientes, pueden imprimir entre 200 o 400 con mucha suerte. Cuando no de a uno, en el sistema on demand.

Si un libro vende 2000 en un año, se descorcha champan (A veces leer libros viejos da cierta náusea).