La semana pasada recordé algunos libros pensados como remedio para ciertas enfermedades del lector. Eso me llevó a un tema totalmente opuesto, pero que me produce un extraño placer leer: las pestes.

El tema ha funcionado como recurso narrativo muy potente, alentado, creo, por el ímpetu metafórico. Como muchos recuerdan, Homero en la Ilíada narra las consecuencias de una terrible peste adjudicada al comportamiento errático de los hombres, donde el irascible e impredecible Agamenón -que lideró la guerra contra Troya-, tiene gran responsabilidad.

Precisamente en Edipo Rey de Sófocles, una peste que somete a Tebas empuja a buscar una verdad que nadie imagina, y hoy todos conocemos. En la literatura clásica se adjudica estos males a la ira de los dioses, y en cualquiera sea, toma ribetes de castigo colectivo, pues, como es de imaginar, nadie podía saber en ese tiempo de dónde venía y cómo se producía el contagio.  Es paradigmático el ejemplo de la lepra, que fue una peste, pero que es escasamente contagiosa; sin embargo a los leprosos se los obliga a andar encapuchados -por lo que generaban a la vista-, y con campanillas para anunciar a sus congéneres que no se acercaran.

En los relatos de El Decamerón (1353), Giovanni Boccaccio cuenta cómo siete mujeres y tres hombres buscan asilo en una villa huyendo de la peste bubónica, que azotó la ciudad de Florencia un lustro antes. En este caso, la inminente muerte relaja las relaciones y los contertulios se entregan a los placeres sexuales, situación que enojó a la Iglesia, que ya se enoja desde aquellos tiempos.

Como se recordará, la leyenda El flautista de Hamelin, transformado en un libro para niños, hace referencia a una invasión de ratas sufrida por esa ciudad alemana en 1284.

Lo curioso de estas narraciones es que “Se proyecta sobre la enfermedad lo que uno piensa sobre el mal” dice Susan Sontang en el texto ejemplar: La enfermedad y sus metáforas.

En 1665 los londinenses huyen abandonando todos sus bienes espantado por el flagelo de la peste negra. Esta historia la registra magistralmente Daniel Defoe. En Diario del año de la peste (1722) el contagio y la muerte asoman como llamaradas que produce una devastación total. La inminencia de la muerte genera terror, fobias, paranoias y ansiedades como es de imaginar. Edgar Allan Poe también utilizó este recurso en su relato La máscara de la muerte roja, un texto apocalíptico sobre una peste ficcional.

Si bien hay decenas de obras, algunas olvidables, que asientan su relato en el tema, no podemos dejar de mencionar un clásico del siglo XX. La peste (1947) de Albert Camus cuenta la historia de unos médicos que descubren el sentido de la solidaridad en su labor humanitaria en la ciudad argelina de Orán, azotada por una plaga. Se piensa que la obra está basada en la epidemia de cólera que sufrió Orán en 1849. Sin embargo, se trata más bien de una reflexión filosófica que muestra al hombre enfrentado con el absurdo, tema filosófico que el autor desarrolló en varios textos. Desde El Extranjero hasta el ensayo El mito de Sísifo.

@neriotello

*Nerio Tello  es periodista, escritor, editor y docente universitario. Autor del blog Letra Creativa.