De la finitud (Alfaguara, 2016), el libro póstumo del Nobel de literatura Günter Grass, es una interesante colección de poemas, ensayos y dibujos del escritor, en el que repasa su vida y analiza el otoño (la vejez) con una mezcla de gracia, ironía y melancolía.
En estos textos aborda -valiéndose de aromas, sabores, sonidos, recuerdos- su pasado y un presente en el que reconoce estar preparándose para la muerte, pero sin caer en sentimentalismos ni melodrama.
En sus “pensamientos” combina homenajes a amigos y hasta con un poema especialmente dedicado a la canciller de Alemania Angela Merkel. Tiene pasajes de autocrítica, algunas palabras para su esposa y sus hijos pero, sobre todo, es una despedida en la que, muy a su estilo, hace una crítica a las injusticias, al odio racial y cuestiones de la política actual.
Gran parte del libro está atravesado por ingredientes –recuerda sus desayunos a base de huevo, la costumbre de recolectar hongos en el bosque y lo ricos que quedaban cortados en finas láminas, salteadas en sartén, con crema y espolvoreadas con perejil.
También hace referencia a los guisos con entrañas y vísceras de animales, pan de jengibre, las almendras tostadas y ciruelas con nuez moscada y canela.
Uno de los poemas, “Naturaleza muerta”, refiere a las peras y manzanas, que caen del árbol, ya llegando el otoño. En homenaje a Günter Grass y al otoño hoy va en esta sección una rica tarta invertida de peras y manzanas.
La base de esta tarta –originalmente solo de manzanas- es una receta de familia. En rigor es “la especialidad” de mi mamá, Ester. Pero como soy un poco rebelde y me cuesta ceñirme a las recetas, hace unos años probé algunas variantes y llegué a mi versión de esta tarta que, además de manzanas, lleva peras.
Para realizarla se necesitan dos peras (firmes) / dos manzanas vedes / una taza de harina leudante / dos huevos / cuarta taza de aceite neutro / cuarta taza de leche / media taza de azúcar / otras 6 cucharadas de azúcar / una cucharada de manteca / jugo de media naranja.
Para preparar la masa hay que mezclar bien la taza de harina, con la media taza de azúcar, los huevos, el aceite y la leche (puede ser con batidor de alambre o eléctrico) y reservar.
Cortar las manzanas y las peras en octavos y reservar.
En una fuente que pueda ir al horno –yo uso de esas de vidrio templado- disponer el azúcar y llevar al fuego mínimo de la hornalla. Controlar que se vaya formando un caramelo color dorado. Si es necesario, mover el recipiente para que el azúcar se derrita de forma pareja. Agregar el jugo de naranja (ojo que comenzará a hervir a borbotones) y mezclar bien con cuchara de madera. Por último agregar la manteca y distribuir mientras se va derritiendo. Esta mezcla de caramelo de naranja montado con manteca debe quedar de forma pareja sobre el fondo de todo el recipiente. Encima –y con mucho cuidado, porque el caramelo quema mucho- disponer los octavos de peras y manzanas, intercalados, uno al lado del otro hasta completar toda la base de la fuente. Una vez acomodada la fruta, volcar con cuidado la masa para formar una capa sobre la fruta. Con las proporciones de masa que figuran en la receta, alcanza para una capa de un centímetro de espesor (aproximadamente) de una fuente de 24 centímetros de diámetro. Si les gusta que quede más alta, pueden duplicar la cantidad de ingredientes.
Llevar a un horno medio durante aproximadamente 45 minutos a una hora.
Verán que la superficie de la masa se dora y que el caramelo se nota bien líquido.
Una vez cocida la masa hay que retirar del horno y –otra vez con mucho cuidado- desmoldar en caliente. Esto es imprescindible porque si dejan que se enfríe el caramelo, las peras y manzanas quedarán pegadas al recipiente.
Esta tarta es una de mis favoritas y, desde que leí “De la finitud”, no dejo de imaginarme a Günter Grass disfrutando un té, su pipa y una porción de esta tarta mientras mira el otoño por la ventana y reflexiona sobre su vida y la vejez, aunque sé que es imposible.