Esta es la historia de un abuelo centenario, Allan Karlsson, quien decide en vísperas de su centésimo cumpleaños escapar de la residencia donde vive saltando por una ventana para ir a vivir aventuras… o más bien continuar las mismas. Narrado desde lo ridículo, Jonas Jonasson, nos presenta un personaje inverosímil, desde su energía y su recorrido de vida, pero no por ello menos entrañable.
Jonasson trabajó como periodista, consultor de medios y productor televisivo hasta que decidió dar un giro a su carrera para instalarse en Ponte Tresa, una pequeña ciudad suiza junto al lago Lugano, y escribir su obra maestra, una historia que venía rondando su cabeza hacía muchos años: El abuelo que saltó por la ventana y se largó (Salamandra, 2012).
Allan se escapa de su habitación en la residencia para ancianos de Malmköping justo antes de la celebración de su cumpleaños. Sin saber muy bien hacia dónde dirigirse, termina en la estación local de autobuses con el objetivo de tomar cualquier transporte que pueda alejarlo de su situación. Desafortunadamente, un hombre joven le deja una maleta para que la cuide mientras éste va al baño, y Allan acepta por cortesía pero inmediatamente se ve atado a un problema cuando el autobús que desea tomar está partiendo y él debe elegir entre llevarse la maleta o dejarla descuidada. Elige lo primero, y esta es una de muchas decisiones fortuitas en su vida que lo llevarán a vivir situaciones completamente descabelladas.
“La venganza no es buena consejera – opinó Allan -. Es como la política: una cosa lleva a la otra y al final lo malo se convierte en peor y lo peor en nefasto.”
Aparentemente, según este relato de absoluta ficción, Allan participó en la Guerra Civil Española, en ambos bandos a medida que le fue conveniente. En este período de su vida no solo aprendió español, sino que también entabló amistad con el dictador Franco, quien dio su recomendación para que pudiera salir del país hacia Estados Unidos.
En Estados Unidos trabajó en la base militar de Los Álamos y, accidentalmente, otorgó la solución a un problema físico-químico sobre la creación de la bomba nuclear. Este fortuito descubrimiento hizo que entablara otra conveniente amistad con el entonces vicepresidente Harry S. Truman, quien luego asumiría el cargo de presidente tras la muerte de Roosevelt.
Entre otros amigos de la lista de Allan Karlsson encontramos a la esposa de Mao Tse-tung, Stalin y Winston Churchill.
“(…) Será como tenga que ser, porque es como suele ser. De hecho, casi siempre es así.”
Definitivamente, y se darán cuenta por lo que narro, es una novela que nos saca una sonrisa todo el tiempo y que tiene un gran poder de abstraernos de lo que sea que ocurra a nuestro alrededor. Entre los flashbacks que narran la vida pasada de Allan vamos descubriendo a dónde lo lleva su nueva aventura a partir del robo de una maleta.
Debo aclarar que todas las situaciones son completamente inverosímiles pero igual de divertidas, otorgándonos así una buena dosis de comedia sueca. Los lugares recorridos van desde destinos mundiales como un gran viaje por carretera por varias ciudades suecas, a través de las cuales Allan va conociendo nuevos personajes que se suman a su causa y se ven involucrados en este robo accidental. Todos estos lugares se describen muy bonitos y sus nombres son completamente impronunciables.
Mientras tanto lo busca la policía de todo el país, pequeño gran detalle.
Una lectura ligera en calidad pero no en extensión, dado que tiene más de 400 páginas. Cuenta con una continuación en la novela titulada El abuelo que volvió para salvar al mundo (Salamandra, 2021), donde Allan sigue viviendo aventuras descabelladas a sus 101 años.
Esta nota surge en contraposición de “Tragedia y comedia suecas: la parte trágica” en la cual comenté acerca de Niña de Octubre de Linda Böstrom Knausgard, que pueden leer en este enlace. Esta iniciativa surge de la idea de ver dos caras de un mismo país a través de su literatura.