Creo que alguna vez conté que me gusta mucho releer. Me parece que me gusta más releer que leer, lo que es mucho decir. Vuelvo casi de casualidad a un cuento de Cortázar que ya leí, dos veces creo, y descubro algo que no había descubierto. Y me acuerdo de lo que decía Orwell, que consigné en otra entrega de Carnets, sobre por qué escribir. Cortázar, que yo sepa, no hizo un decálogo, pero en su obra se plantea sus propias dudas y reflexiones sobre el arte de la escritura. Aquí, creo, sintetiza una estética y una ética, si uno quiere: “dejarse de pudores y contar”. Este fragmento es de uno de sus cuentos más famosos:

De repente me pregunto por qué tengo que contar esto, pero si uno empezara a preguntarse por qué hace todo lo que hace, si uno se preguntara solamente por qué aceptar una invitación a cenar (ahora pasa una paloma, y me parece que un gorrión) o por qué cuando alguien nos ha contado un buen cuento, en seguida empieza como una cosquilla en el estómago y no se está tranquilo hasta entrar en la oficina de al lado y contar a su vez el cuento; recién entonces uno está bien, está contento y puede volver a su trabajo. Que yo sepa nadie ha explicado esto, de manera que lo mejor es dejarse de pudores y contar, porque al fin y al cabo nadie se avergüenza de respirar o de ponerse los zapatos; son cosas que se hacen, y cuando pasa algo raro, cuando dentro del zapato encontramos una araña o al respirar se siente como un vidrio roto, entonces hay que contar lo que pasa, contarlo a los muchachos de la oficina o al médico. Ay, doctor, cada vez que respiro… siempre contarlo, siempre quitarse esa cosquilla molesta del estomago” (Las babas del diablo).